sábado, 14 de abril de 2007

El golpe

Pasan, van por sus rieles, estoy quieto, los contemplo, pasan, van apurados, no soy percibido, pasan, cargan sus mundos, dejando de estos solo migajas para mis ojos, pasan, y siguen pasando, infinitos rieles, infinitas direcciones, muy pocas intersecciones, pasan, los más sin singularidades, los menos con mínimos destellos, pasan, exijo a mi atención, concentro mi energía en contemplarlos, y en ocasiones, sus miradas salen del riel y me alcanzan, se confunden, voy muy rápido para ellos, existo un solo instante, y desaparezco, soy una aparición, un engaño de sus mentes, un tema para su terapia, un recordatorio de no olvidar el riel, … no soy nada, no existí nunca, … y siguen su camino, pasan, pasan rápido, muy rápido, siento vértigo, siento nauseas, muchas nauseas, y el espíritu, lamentablemente, no aprendió del cuerpo a vomitar.

Ignoro los rieles, miro hacia el mar, contemplo en la misma mirada: sus revoltosas formas, sus infinitos tonos, su constante vaivén, la espuma de sus gráciles olas, creándose y destruyéndose, su cansino murmullo, su incesante arrullo. Y veo numerosas aves, dibujando caprichosas curvas sobre el mar, e imagino variados peces construyendo infinitos surcos que se cierran tras de ellos, y no solo eso, veo a los peces probando ser aves en esforzados brincos, y siendo recompensados con la fugaz visión de otro universo, con la ínfima resistencia del aire, con la belleza y el calor de la luz sin dispersión. También las aves juegan a ser peces, prueban la viscosidad de ese medio, la resistencia a sus esfuerzos, la oscuridad, los infinitos y tenues reflejos de luz, la confusión, las engañosas apariencias, la soledad, y sienten la potencia de su ser cuando emergen de la superficies y dan sus primeros aleteos con sus alas empapadas.

Pasan, llegan, se van, vuelven, que importa que vuelvan, si nuevamente desaparecerán, colecto migajas, retengo destellos, saltos de pez sobre el uniforme riel, caen restos, palabras, pasos, pieles, vestigios de mundos sugerentes, también de mundos corrompidos, y muchas cáscaras de universos vacíos. Rieles ladeados de polvo, rieles entre tiras de basura, rieles putrefactos, rieles opresores, rieles anestésicos, rieles congelantes, rieles asesinos.

Soy un hurgador de esos rieles, soy un espectro desestimado, soy el mito de los trenes, soy la magia del afuera, soy la semilla del descarrilamiento, soy la esperanza de un mundo nuevo, soy, … , mito, magia, … , semilla, esperanza, … futuro, … , nada. Soy un hurgador ignorado de los mugrientos rieles, alimentándome de las migajas de los pocos mundos sanos, bebiendo de los destellos de los escasos universos con luz.

Soy esperanza, soy nada, soy semilla, soy espectro, soy el cambio, estoy afuera.

Pasan, no soy percibido, no les aparezco, pasan, van muy rápido, voy muy lento, pasan, no se detienen, no los detengo, pasan, se confunden, no les llego, pasan, y siguen pasando, pasan, y me causan vértigo, y estoy harto del vértigo, estoy harto de las migajas, harto de los destellos. Necesito detener esto, al menos a uno de ellos, y no encuentro el golpe brutal, el impacto preciso, el movimiento perfecto, el que detenga al rehén, que destruya su ilusión de tren, que lo transporte al afuera, donde no hay afuera ni adentro, no encuentro ese golpe, no lo encuentro.

viernes, 6 de abril de 2007

Juegos

No me divierte jugar tus juegos,
tú tampoco gozas con los míos.
Los tuyos duran toda la vida,
los míos explotan en instantes mínimos.


No me divierte jugar tus juegos, tu fiesta de disfraces, tus individuos cargando pesados disfraces, disfraces eternos, aunque mutantes, con múltiples adornos, aunque indefectiblemente faltos de originalidad. Toscos disfraces, toscos disfraces con los que buscan individualidad, toscos disfraces con los cuales la pierden, toscos disfraces, tintura negra, en lienzo negro, expuesto en un salón pobremente iluminado.

No me divierte jugar tus juegos, no veo las formas que tu ves en los disfraces, no siento las texturas que tu experimentas, no oigo el sonar de sus adornos, ni me llega su perfume, solo veo una vaga nube negra sobre ti.

No me divierte jugar tus juegos, ni encuentro la forma de que desees jugar en los míos, entonces, pocas veces, cuando me siento fuerte, sano, con suficientes energías, juego tu juego, juego torpemente, debilitándome rápidamente en cada movimiento, esforzándome al máximo por permanecer jugando, agonizando en cada jugada, sabiendo que en cada partida perderé, de todas formas, juego, porque dentro de tus juegos existen pequeñísimas puertas para que tu entres en los míos.

No me divierte, y lo juego. Caigo, atravieso suelos, y sigo cayendo, y allí creo ver algo de lo que tú ves en tu disfraz y en el mío, aunque elijo dejarte a ti describirlos, y ahí, entiendo sus formas, sus colores, mientras pierdo energía, sus texturas, sus perfumes, padeciendo dolor, tus fechas, tus lugares, luchando por retenerlas y seguir algún tiempo más en tu juego, tus comidas, tus amigos, tus acciones, perdiendo la mayoría de ellos por su falta de singularidad, y en ese recorrer tu disfraz, en ese moverlo, doblarlo, mirarlo desde distintos ángulos, si se está atento, si se los está buscando, aparecen defectos en el disfraz, pequeñas rajaduras, alguna rotura, al menos un sector con el tejido más abierto, y a través de ellos llega la luz, tu luz. Entre las fechas, los lugares, las pinceladas negras, surge un gesto involuntario, un movimiento en tu mano, o una mirada distinta, o una postura nueva, o un brillo extraño, o todo eso, o nada de eso, seguramente nada de eso, seguramente otra cosa, algo paradójicamente descriptible como demasiado sutil para ser descripto. Y en ese instante mínimo, estamos jugando mi juego, y estamos ganando en él.

Me divierte mi juego, a ti te incomoda, ocultas la falla del disfraz, se pierde el gesto delicioso, caemos a tu juego, soy penado en él con el mayor castigo, he cometido la peor falta, la que quiebra tu juego, la que confunde a sus jugadores, la que más temen los dueños del mismo, he sentido eso, esos colores, esa dulzura, ese aroma, esa belleza que no se encuentra en ningún disfraz, ni en el más caro, ni en el más difícil de conseguir, en ninguno, esa luz que tampoco existe bajo ningún disfraz, excepto el tuyo, esa luz tuya, únicamente tuya.

domingo, 1 de abril de 2007

Maya

Nunca cesa, la disfonía persiste, se desenfoca por momentos, y al menor descuido reaparece. En primera instancia sabe a monotonía, a zumbido, luego se descubren sus variaciones, inclusive en su estructura más simple hay aleatoriedad, no hay repetición ni algoritmos, no hay ritmo ni mucho menos melodía, solo caos. Cada una de las incontables gotas, que al estrellarse dentro de mi entorno auditivo, se transformaron en un solo sonido, mínimo, irrepetible, caprichosamente independiente del resto, sembrando una inmensa orquesta de anarquistas, que febrilmente se entregan a perturbar la mente, disparando efímeros razonamientos en cada melodía inconclusa, confundir el alma, fusionando sentimientos contradictorios en tonadas paralelas, desgastar el cuerpo con su constante martilleo.

Nunca cesa, ni varía en intensidad, aún permitiéndose ciertos valles, en los cuales intuimos su cansancio, albergamos esperanzas, las perdemos al percibir su resurgimiento, y encontrar en él, nuevos músicos, otro tipo de ellos, los reciclados, los formados de restos de los primeros, que vivieron solo para producir ese único, singular, ínfimo sonido en el final de su vuelo kami-kaze. Estos nuevos músicos, renacieron de sus propios restos, transitaron universos de flores, hojas, techos, se fusionaron con otros, crecieron, recorrieron otros universos, y así lograron, algunos, el milagro de producir algún sonido más. Los más, tuvieron una única oportunidad, y emitieron el mejor sonido que podían brindar, el suyo, y todos, fueron absorbidos por la tierra, integrados al universo y esperaron su próxima caída.

Nunca cesa, a través del salpicado cristal, y de la intrincada reja de la ventana, se ven los barrotes de la lluvia, y tras de ellos el férreo cerco de la casa. Éste segmentando la misma lluvia cayendo tras de él, y ésta con sus infinitos seres en caída, decoloran las personas, las casas, los árboles, generando, en profundidad, un degradé de intensidad cromática, que culmina, en el límite de la visión, fusionándose con el resplandeciente gris de las nubes. Tras de él, en alguna parte, …, el sol, el mismo sol de siempre.

Donaciones

Imagina un mundo en el cual todos regalemos lo mejor que hacemos, y todos hagamos lo que más nos gusta hacer.

Luego, no solo imagínalo, sino que también, vive en él. Yo ya estoy allí, acompáñame.

Un abrazo,
Diego

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Diego