Auto-observatorio
La calle desolada amaga a la derecha para virar bruscamente a la izquierda. El cordón alarga su sombra ejecutando el mismo movimiento. Pares de bancos, a intervalos regulares, repiten intermitentes la serpenteante forma mientras observan vacíos el triste mar que me arrulla. La costa de piedras, irregular, gris, no entiende de engaños y corta el rugoso azul a mi diestra y en mi frente.
El auto parado en la rambla, el asiento gastado y mullido, los barrotes limitando las ventanas, el cristal viejo, rayado, con polvo. El sol invernal, débil, nominal, protocolar. Las ventanas cerradas, la ropa pesada, no hay frío, pero tampoco confort.
Una burbuja, un observatorio, un “home theater” móvil. Una gran pantalla formato “wide” frente a mi, dos pequeñas laterales, y otro par triangular, algunas de ellas, con tecnología “picture in picture” para ver el pasado. Desde allí sintonizo el mundo, con sonido ambiente distorsionado, y banda musical a elección.
Un viejo hotel decorado para aquellos tiempos congrega indiferentes autos. Una desordenada construcción, desparrama sobre el herido césped de la plaza, escombros, maderas, chapas, telas, y obreros, Suntuosas casas muestran con vanidad su ausencia de habitantes. Equipos y calzados deportivos transportan mentes confundidas.
Tedio, desidia, aburrimiento, monotonía, continuidad, apatía, sueño, oscuridad, vacío. Una pésima programación, y una única emisora. “OFF”
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