domingo, 9 de septiembre de 2007

La fuga

La música, grotesca y torpe, inunda el tosco recinto. Las contadas luces, alternan colores y sombras en las siluetas danzantes. Y el vaso, colgando de mis dedos, brinda la excusa para prolongar la agonía.

Amigos y desconocidos dan vida a las sombras, le dan un rostro, distintos gestos, y variados estilos, mientras todos, a su manera, siguen el insulso ritmo. Camino desganado entre fantasmas y maniquíes, busco la botella, lleno mi vaso, retengo el trago en mi boca, respiro su sabor unos instantes, para finalmente, dejarlo fundir en mi garganta. Siguen bailando. Sonrisas, miradas cómplices, y posturas falsas, salpican este diminuto sector de tiempo y espacio, cuando movimiento e iluminación se combinan, y extraen fugaces fotogramas de la oscura masa danzante. De la penosa banda sonora, solo su componente rítmico me da un mínimo danzar, perceptible únicamente en el desplazamiento del fluido que adorna mi vaso, el resto, la melodía, y los arreglos, cuando existen, no logran atravesar, ni los filtros más laxos de mi mente.

Salgo, vuelvo a entrar. Las imágenes se repiten, se entreveran, se funden. La música, pierde su carácter sonoro, se vuelve materia, y se impregna a la mixtura humana. Los reflectores desaparecen, sus haces de luz también, pero su función se observa en el caos cromático del bloque bailante. Luego, hacia ese amorfo cubo fluye todo el local, con sus mesas y sillas, con sus vasos y botellas, y se escapa hacía él, hasta el sabor de mi bebida, y, cuando todo penetró en ese lejano objeto, me observo, del otro lado del lente, filmando una triste película.

Un vaso quedó servido, un abrigo desapareció de una mesa, y un auto, despertó prematuramente de su siesta, y se fundió en el tráfico nocturno.

jueves, 23 de agosto de 2007

La búsqueda

Otra vez solo, los caminos se cerraron, y no salí a tiempo de ellos, me corrijo, sigo sin salir de ellos, ¿Qué me impide cambiar?, ¿Qué me impide arriesgarme? No es miedo, lo sentiría de otra forma, sentiría el corazón latir más fuerte, los músculos tensionados, la mirada alerta, pero siento todo lo contrario, o lo que es lo mismo, no siento, simplemente veo la falta de opción, la imposibilidad, no, me vuelvo a corregir, veo la posibilidad, se perfectamente que tengo que hacer, y se, con la misma convicción, que no lo haré. ¿Cómo puedo actuar concientemente de forma ilógica? ¿Qué es lo que me detiene?, ¿Porqué no puedo atravesar la selva?, ¿Cruzar el río?, ¿Trepar el risco?, ¿Me falta voluntad? Si no es miedo, debería ser falta de voluntad, y si es esto último, ¿Porqué me preocupa no cambiar? Quiero el fin sin utilizar los medios, deseo el placer sin sufrir dolor por él, ¿Será eso?, ¿Seré un estúpido niño?, no me convence esa idea, al igual que no siento que sea miedo, ni tampoco falta de voluntad, todos ellos son demonios que pueblan mi alma, pero son menores, lacayos de poca monta del monstruo que me desangra, maldito ser que me atormenta y no logro visualizar, perverso, cobarde, canalla, escoria insertada en lo más profundo de mi ser, basura detestable que ocupas mi vida, ¿Qué sos?, ¿Dónde estas?

Lucho en vano, no te encuentro, mi investigación sigue rastros esquivos, pistas falsas, cae en tus trampas, se ocupa de tus inmundos súbditos, pierde tiempo en ellos, pero no brinda ni el más mínimo dato de ti. Repaso mis acciones, mis decisiones, mis sentimientos al hacerlas y tomarlas respectivamente, pero tu hábilmente escapas al cono de luz de mi foco, siempre ilumino donde no estas, siempre un muro te protege, siempre algún recóndito escondite te alberga, lucho, y lucharé, no dejaré de perseguirte, vivirás siendo un fugitivo, hasta que te encuentre y te destruya, o hasta que mueras y tu lo hagas conmigo, o hasta que me gane la locura y en ella no podrás fastidiarme. No tienes forma de ganar, entrégate.

Miedo, indolencia, inmadurez, tus súbditos fueron desenmascarados, pero a ti no te encuentro, estoy cansado de luchar contra ellos, estoy cansado, el día se muere y a ti no te encuentro, otro día has logrado sobrevivir, otro día me has logrado fastidiar, pero, extrañamente, no siento el fracaso, no se que siento, no es agradable, pero no es fracaso, no es tampoco vacío, pero no logro saber que es, ¿Porqué no se que es?, ¿Qué embrujo tienes que nublas mi percepción? ¿Auto-justificación quizás?, ¿uno más de tus pequeños demonios?, ¿otro ardid para desviar mi atención? El día murió, tu vives, mi mente es clara confusión, tu ganas, por hoy, ganas.

jueves, 9 de agosto de 2007

Vacío

Yo soy, al menos debo admitir eso, y aunque no lo fuese, desde mi perspectiva soy. ¿Existe alguien más? ¿Existe otra conciencia además de la mía? ¿Existe algo detrás de los personajes que comparten mi escenografía? ¿Sufren, dudan, viven, como yo? Hurgo en mi interior y no los encuentro, aparecen rostros, acciones, hechos, nombres, palabras, gestos, pero no reconozco en sus dueños un igual, mi conciencia no concibe otra conciencia, ¿Qué son?, ¿Son mis juguetes, y mis obstáculos?, ¿Soy su director?, ¿Son personajes de mi película? Esa idea me desconsuela, me sumerge en la más profunda soledad. Recuerdo sus pequeños ojos, el brillo en su pelo, su mirada dulce, su mano en mi hombro, mi felicidad, y mi pena, pero no la concibo a ella. Me rodea un vacío lleno de personas, cumplen esa definición, aunque yo no las reconozco, solo me ahoga ese vacío. Hurgo en mi interior y no encuentro nada, solo siento que no siento, y eso, como lo siento, ¿cuando se fugó mi vida?, ¿que quedó escribiendo esto?

jueves, 2 de agosto de 2007

Fracaso

Disgusto, impotencia, cadenas, sabor amargo, depresión, falla, no alcanzó, se luchó, pero no alcanzó, se luchó mas que lo normal, pero no alcanzó, se intentó de todas maneras posibles, e incluso se inventaron algunas inesperadas, pero no alcanzó, debería estar orgulloso de mi lucha, pero no lo estoy, lo hice mejor que nunca, pero el resultado fue nulo, se probaron mil maneras, pero luego de caer derrotado, aparecieron la mil una, y la mil dos, las cuales probablemente hubieran fracasado también, pero la incertidumbre provoca que esas dos, oculten, opaquen, hagan olvidar los mil intentos previos. De forma irónica, la mente, siempre tan eficaz, tan hábil, y tan poderosa, para reprimir nuestros sentimientos, frenar nuestros instintos y alejarnos de la aventura, en este caso, cuando le bastaba recurrir al inapelable orden de los naturales, para asegurar sin ningún atisbo de duda que dos es una porción insignificante de mil, y de esa manera evitarnos este innecesario sufrimiento, allí, ella se hace a un lado, nos abandona, nos deja ser devorados por las fieras de la decepción y los monstruos del fracaso, y nos deja desangrarnos lentamente en la derrota.

Vacío, soledad, hambre, aburrimiento, desgano, tensión, bronca, martirio, denso aire, rutina, otro día perdido, furia, ¿Cuántos más?, ¿Por qué?, ¿Para qué?, ¿De que sirve este sufrimiento?, ¿Cuál es la solución?, ¿Existe solución?, círculos que llegan y se van de aquí, tangentes esquivas, gravedad carcelera, ¿Dónde está el punto faltante?, ¿En que lugar está la discontinuidad del camino?, ¿Cómo fugarse?, ¿Cómo despegar?, ¿Cómo penetrar el afuera de este maldito círculo.

¿Qué me faltó?, ¿Estaba convencido?, hoy si, al menos durante gran parte del día si, luché y me cansé, me levanté y seguí luchando, volví a cansarme y continué esforzándome, numerosas veces decaí y reinicié la marcha, lo hice bien, aunque no del todo bien, no lo suficientemente bien, o quizás, no me mantuve lo suficiente haciéndolo bien, en un crítico instante, la seguridad se perdió, la meta se desvaneció, y la frustración, llenó el alma, nubló la mente, y fatigó, en un instante, al cuerpo.

Fango, movimientos pesados, mugre, desconsuelo, autoflagelación, lástima, condena, desprecio, basura, condescendencia, ayuda, grito por ayuda, aislamiento, muro, vacío, necesito a alguien, confusión, no hay nadie, nunca hay nadie, somos personas viajando en círculos, nuestro camino nos acerca a otros, nos muestra a otros, nos llena de esperanza con la llegada del otro, y nos aleja, hace esto una y otra vez, y nosotros nos engañamos una y otra vez, una y otra vez.

Lágrimas secas, olvido, aceptación, paz, bienestar, … , bienestar momentáneo, hasta el próximo fracaso.

jueves, 26 de julio de 2007

Auto-observatorio

La calle desolada amaga a la derecha para virar bruscamente a la izquierda. El cordón alarga su sombra ejecutando el mismo movimiento. Pares de bancos, a intervalos regulares, repiten intermitentes la serpenteante forma mientras observan vacíos el triste mar que me arrulla. La costa de piedras, irregular, gris, no entiende de engaños y corta el rugoso azul a mi diestra y en mi frente.

El auto parado en la rambla, el asiento gastado y mullido, los barrotes limitando las ventanas, el cristal viejo, rayado, con polvo. El sol invernal, débil, nominal, protocolar. Las ventanas cerradas, la ropa pesada, no hay frío, pero tampoco confort.

Una burbuja, un observatorio, un “home theater” móvil. Una gran pantalla formato “wide” frente a mi, dos pequeñas laterales, y otro par triangular, algunas de ellas, con tecnología “picture in picture” para ver el pasado. Desde allí sintonizo el mundo, con sonido ambiente distorsionado, y banda musical a elección.

Un viejo hotel decorado para aquellos tiempos congrega indiferentes autos. Una desordenada construcción, desparrama sobre el herido césped de la plaza, escombros, maderas, chapas, telas, y obreros, Suntuosas casas muestran con vanidad su ausencia de habitantes. Equipos y calzados deportivos transportan mentes confundidas.

Tedio, desidia, aburrimiento, monotonía, continuidad, apatía, sueño, oscuridad, vacío. Una pésima programación, y una única emisora. “OFF”

jueves, 19 de julio de 2007

Contemplación cruda, materia prima (Edición 1, Parte 3 de 3)

Sentimiento de paz, … , sentimiento de alivio, … , idea de que solo acá se ven personas, … , una bella rodilla, erección, … , pies, movimientos lentos, … , el tiempo pasando, … , llantos, … , flexión en los tobillos, … , los pies acariciándose, … , la piel tersa, los músculos bajo la piel, las venas, todo dibujando vida, … , más erección, … , la música manejó el tiempo, no solo es relativo a la velocidad, … , se acercan más zombis, los últimos, que luego de despertar vuelven a dejar de dirigir el cuerpo, tuvieron al cuerpo para ellos por un momento, se sienten satisfechos, honrados por la actitud de la mente dejándole compartir el cuerpo que usualmente domina, … , frescura, la transpiración se evapora y da ese estado de confort, … , el pequeño zumbido de una abeja, o eso es lo que la nuestra mente imagina que es, una abeja moribunda, distorsiona, le da dramatismo a la paz existente, aunque no la tapa, se vuelve al silencio, … , tensión en el cuello, dos puntos a los lados del cuello, … , me acuerdo del baile sensual, me gustó la sensación, la música transmitiendo bien o mi mente lo interpretó así, pero ese era un estado, de pasión tranquila, de bienestar, … , el sudor en la frente, se siente bien, se siente aceitoso, viscoso, puro, se siente fresco, tranquiliza la mente.

jueves, 12 de julio de 2007

Contemplación cruda, materia prima (Edición 1, Parte 2 de 3)

El gusto del caramelo, la textura en la lengua, … , otra vez el motor lejano, esta vez parece un avión, … , calor, frente húmeda, … , el borde con flecos de la alfombra queda interesante todo entreverado, … , el calor adentro se hace palpable, agobia, estaba más lindo afuera, … , no encuentro acomodo, todo el mundo se sentirá así?, … , el zumbido de un inserto moribundo, ahora no se siente el olor del insecticida, pero seguramente es por costumbre, … , no me queda claro si sería mejor sin los ruidos de civilización lejanos, quizás sea mejor así, existe, pero esta lejos, no nos alcanza, … , ahora veo a la abeja moribunda, no logra volar, pobre, si se acerca la mato, no vale la pena que viva así, supongo que como mi abuelo, pienso que es mejor así, casualmente mataron a la abeja, me ahorraron ese trabajo, … , hay una bolsa en la alfombra, sus irregulares brillos, no le quita su posición discordante, hay cosas que por más que brillen no dejan de ser residuos, me gustó esa frase que me acaba de salir, … , una imagen de la virgen o algún santo, recuerdo el comentario que hice hace unas horas sobre el cristo en la cruz, un hombre torturado como icono es muy sádico, es extraña la imagen de la virgen, sobre su base tiene unos cuernos, hasta con un poco de imaginación podría ser una calavera de vaca, … , otra imagen, esta vez cristo pensando, o rezando quizás, me gustan las luces en el rostro, no llego a leer el texto, definitivamente esta extraña la iluminación, … , el sudor empapa toda mi frente y siento la leve cosquilla de las gotas moviéndose, … , la estufa, inútil en este momento, pero agradable, da imagen de calidez, de sentimiento de hogar, refresca con su calidez, … , los flecos desparejos de la alfombra mientras siento las gotas caer en mis dientes, pequeño frescor, atenuado rápidamente por el calor de mi boca, … , una planta, no me gusta, parece de plástico, quizás lo sea, no pega en este lugar, … , el arco de un pie, … , los enchufes, esta vez la civilización esta aquí con nosotros, pero no nos obstaculiza, nos brinda música, está pero la manejamos nosotros, … , frases muy cursis en las paredes, tengo idea que no todas eran así, … , sillas de facultad, tiempo perdido?, no lo creo, me quiero quedar con la idea de que sirvió para algo pero que ahora tengo que encarar otra cosa, … , tengo unas manchas rojas en los brazos, deben haber sido los bichos de mierda de cuando estábamos afuera, espero que no sea nada, ahora no parece tan mala la previsibilidad de la civilización, … , me sigue sonando, o estaba sonando cuando fui conciente de ello, la canción de fama o flashdance, She´s a miracle, miracle, I don´t know, she dance like nobody dance before, o algo así, … , la otra, shuntunturututung, estaba buena, es de los beatles pero me gustaría saber quién la interpretaba, … , otra vez las gotas refrescan mi boca y siento por un instante fugaz su sutil gusto, … , un motor lejano, hubiera preferido de la civilización la no existencia de los bichos que me dejaron manchas rojas, … , cayos en los pies, … , momento de indecisión, cansancio, … , unos lápices en huelga, o quizás sean holgazanes, o quizás, esperemos que sea así, sean libres, al contrario de estas pobres lapiceras forzadas a trabajar sin parar, seguramente la mía me haya hecho una guiñada, o quizás dejó caer una lágrima mientras escribía esto, … , otra página, siempre en blanco, aunque con los garabato de la página posterior traslucidos, indescifrables, pero claramente presentes, … , mi mano en paz, aprisionando la lapicera, la mente dando ordenes, … , muchos pies, es un lindo espectáculo, parece un sueño, unos fantasmas volviendo a su mundo de espíritu, no logran ser felices, pero lo intentan, y vuelven lentamente a su monotonía, … , yo lideré, me sentí de esa manera por quedar en primer lugar hacia los almohadones, no fue fácil, por momentos me sentía observado y me iba de la situación, al llegar tuve la recompensa de la visión de la marcha de zombis, me acuerdo en este momento que la marcha parecía la de uno de los sueños de Kurosawa, … , contraigo el músculo de la pantorrilla y siento dolor, no puede ser que sienta eso a mi edad, porque nunca me decido a hacer deporte?, … , hay un zumbido constante de insectos atontados, … , la marcha terminó, los zombis se volvieron personas y las lapiceras lo sufren, serán explotadas realmente?, no estarán orgullosas de estar moviéndose frenéticamente sobre el papel, dejar su esperma negra sobre el mismo, y mancharlo para siempre, se habrá ruborizado la lapicera, que estará pensando?, pensará?, si no lo hace es porque no lo puede?, o es porque se resignó ante una vida de trabajo y ya no pasa por su mente pensamiento alguno, y espera que la última partícula de su pigmento, escriba un inconcluso garabato en el papel, y lo último que escuche sea el grito del escritor contrariado por su imposibilidad de plasmar su inspiración, o sea el del espasmo provocado por el último orgasmo, el letal, el que concluyó su relación con el papel, nunca lo sabremos porque … por muchas cosas, las lapiceras no son muy expresivas, el papel tampoco, y hay tinta para rato, … , me fui en la historia, no se si era la idea pero valió la pena, … , al volver a la realidad siento otra vez el dolor en los huesos salientes de las cervicales, también con el tamaño de vértebras que tengo me tiene que doler, cambio de postura por hacer algo, no va a solucionar nada, no se porqué tenemos la sensación de que sintiendo el ruido nos vamos a sentir mejor, no que creo que sea así, pero lo hacemos, hacemos tantas cosas por cosas que no creemos, … , mi dedo, mi mancha en la piel, no parece nada grave, bichos colorados?, si supiera que son los bichos colorados podría tener la certeza que es eso o no pero no se, pero debe ser, se que están en el campo y no se me ocurre que otra cosa puede ser, creamos que es eso, … , los tubos de luz, porque los ponen?, son fríos, feos, vulgares, ruidosos, molestan la visión, me hace acordar al trabajo, los hospitales, etc.

jueves, 5 de julio de 2007

Contemplación cruda, materia prima (Edición 1, Parte 1 de 3)

Sonido de pájaros, …, ruta lejana, … , pájaros continuos, sonido repetitivo y constante, … ,motor cercano de camioneta, recuerdo de civilización, … , mosca, curvas, … , hormiga en el pie, nerviosa, inquieta, … , mosca, alas, volar, efímero, … , gotas, … , sensación de estar observado, … , pequeño insecto, apenas perceptible, volando, … , acomodo de posición, … , instante de vacío, … , el sonido de la lapicera, … , picazón en la mano, observación del lugar donde me pica, … , contractura en la espalda, movimiento de acomodo, ruido de los huesos, músculos, … , fuego del sol en las hojas, … , un buda, arabescos, o chinescos mi cerebro piensa que deben ser, … , pies ajenos, … , un tren, ruidoso, un elefante, una tropilla de elefantes, todos debemos haber escrito lo mismo, … , aparición fugaz de una hormiga, ruido de una hamaca, donde fue la hormiga?, donde esta la hamaca?, habrá niños jugando?, recuerdo de niños pasando para el lugar donde suena la hamaca, recuerdo que pensé si la cámara estará segura en la habitación, … , toman las gotas al lado mío, … , me pica la cara, me rasco, hay unos bichitos que pican, … , el árbol enfrente de mí forma una V, su sombra obviamente forma otra V, … , no me gustó el farol en el medio del parque, me sacó del ambiente campestre, … , otra vez el fuego en los árboles, más tenue esta vez, pasa el tiempo, … , reapareció la hormiga, la maté, … , linda combinación del color melón, el blanco, el naranja, y el rojo, … , el pasto, la alfombra, deberá tener unos cinco centímetros, … , moscas que pasan por el límite de la visión, … , movimiento de hojas por la brisa, … , los pelos de mi antebrazo, crecen irregulares, , … , gente escribiendo, ojos celestes, sonrisa, … , un pájaro me hace ver las nubes, y a su vez de las nubes viene el ruido de otro pájaro, el cual no veo, las nubes parecen pinceladas, recuerdo el cielo cambiante del atardecer en Punta Gorda mientras leo, y observo, entre frase y frase el paisaje, las personas, sus gestos, me abruma la diversidad, que estarán pensando?, cuales serán sus problemas?, porque desaparecen?, porque vuelven?, existen?, porque se que si intento comunicarme lo sentirán como una agresión?, como una interrupción a su película, un cambiar, un juntarse eso es imposible, no está hecha la rambla para eso, desaparecen, no importa si volverán, porque volverán a desaparecer, … , siento un olor como a shampoo de cabello, me hace acordar a Stephanie, siempre me hace acordar a ella, no se como surgió ese olor, ya no se percibe, … , los sonidos entran a repetirse, la ruta, los pájaros, los insectos entran a repetirse, probablemente no se repitan, la abstracción, ese proceso maldito que tan bien hago, me los hace ver igual y por lo tanto aburridos, … , me está empezando a doler la mano y ya tengo ciertas manchas de tinta en los dedos, … , un benteveo, no había reparado hasta ahora en su canto particular, si se le puede llamar canto, … , porque me pica el cuerpo a cada rato?, … , un perro lejano, … , motores lejanos, … , sonido de lapiceras cercanas, … , el papel es frío, … , los demás también se rascan, … , una ventana con rejas, todas tienen rejas, no parecería haber ladrones pero tampoco son rejas elegantes, … , corren hormigas por el árbol de enfrente, por el tamaño deben ser las que mi abuelo llamaba culonas, parece mentira que haya muerto ayer, para mi había muerto antes.

jueves, 14 de junio de 2007

Las estrategias de Mario Benedetti, y mis juegos

Valiéndome de una pequeña desviación de la estructura de este blog, la cual hasta ahora incluía exclusivamente visiones propias, en este artículo quiero señalar la similitud que encontré entre el poema "Tácticas y estrategias" de Mario Benedetti, y aquel relato que publiqué en Abril con el nombre de "Juegos".

A continuación transcribo ambas piezas.

Tácticas y Estrategias (Mario Benedetti)

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos.

Mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible.

Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos.

Mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos

no haya telón
ni abismos.

Mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple.

Mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.


Juegos (Diego Borghi)

No me divierte jugar tus juegos,
tú tampoco gozas con los míos.
Los tuyos duran toda la vida,
los míos explotan en instantes mínimos.

No me divierte jugar tus juegos, tu fiesta de disfraces, tus individuos cargando pesados disfraces, disfraces eternos, aunque mutantes, con múltiples adornos, aunque indefectiblemente faltos de originalidad. Toscos disfraces, toscos disfraces con los que buscan individualidad, toscos disfraces con los cuales la pierden, toscos disfraces, tintura negra, en lienzo negro, expuesto en un salón pobremente iluminado.

No me divierte jugar tus juegos, no veo las formas que tu ves en los disfraces, no siento las texturas que tu experimentas, no oigo el sonar de sus adornos, ni me llega su perfume, solo veo una vaga nube negra sobre ti.

No me divierte jugar tus juegos, ni encuentro la forma de que desees jugar en los míos, entonces, pocas veces, cuando me siento fuerte, sano, con suficientes energías, juego tu juego, juego torpemente, debilitándome rápidamente en cada movimiento, esforzándome al máximo por permanecer jugando, agonizando en cada jugada, sabiendo que en cada partida perderé, de todas formas, juego, porque dentro de tus juegos existen pequeñísimas puertas para que tu entres en los míos.

No me divierte, y lo juego. Caigo, atravieso suelos, y sigo cayendo, y allí creo ver algo de lo que tú ves en tu disfraz y en el mío, aunque elijo dejarte a ti describirlos, y ahí, entiendo sus formas, sus colores, mientras pierdo energía, sus texturas, sus perfumes, padeciendo dolor, tus fechas, tus lugares, luchando por retenerlas y seguir algún tiempo más en tu juego, tus comidas, tus amigos, tus acciones, perdiendo la mayoría de ellos por su falta de singularidad, y en ese recorrer tu disfraz, en ese moverlo, doblarlo, mirarlo desde distintos ángulos, si se está atento, si se los está buscando, aparecen defectos en el disfraz, pequeñas rajaduras, alguna rotura, al menos un sector con el tejido más abierto, y a través de ellos llega la luz, tu luz. Entre las fechas, los lugares, las pinceladas negras, surge un gesto involuntario, un movimiento en tu mano, o una mirada distinta, o una postura nueva, o un brillo extraño, o todo eso, o nada de eso, seguramente nada de eso, seguramente otra cosa, algo paradójicamente descriptible como demasiado sutil para ser descripto. Y en ese instante mínimo, estamos jugando mi juego, y estamos ganando en él.

Me divierte mi juego, a ti te incomoda, ocultas la falla del disfraz, se pierde el gesto delicioso, caemos a tu juego, soy penado en él con el mayor castigo, he cometido la peor falta, la que quiebra tu juego, la que confunde a sus jugadores, la que más temen los dueños del mismo, he sentido eso, esos colores, esa dulzura, ese aroma, esa belleza que no se encuentra en ningún disfraz, ni en el más caro, ni en el más difícil de conseguir, en ninguno, esa luz que tampoco existe bajo ningún disfraz, excepto el tuyo, esa luz tuya, únicamente tuya.


viernes, 18 de mayo de 2007

Cielo endemoniado

Estoy solo, solo bajo un heterogéneo plato plomizo. Cúpula opresora en desgarradora dinámica, salvaje diseño a groseras pinceladas, artista desesperado vomitando retoques en un lienzo empecinado en no reflejar su idea, furiosas franjas oscuras imponiéndose a sutiles huecos luminosos, aislados tonos cromáticos entre avasallantes grises: pálidos celestes agonizando, cansados amarillos evitando el blanco en las claras nubes, y el gris, el gris en millones de tonos, en inconmensurables formas, en lento y a la vez violento movimiento, reinando este cielo endemoniado.

El horizonte entero mostrándose ante mi, delgada línea bajo el pesado cielo, inmensa circunferencia remota, infinitos puntos distantes, objetivos lejanos y comparables, metas huidizas e inalcanzables, geometría perversa, espacio torturante.

Hacia donde caminar?, cuando ningún camino es mejor o peor que otro. Porque avanzar hacia una meta?, si el hacerlo me aleja de las restantes. Para que caminar?, si por más que lo haga el horizonte siempre esta igual de lejos, Porque moverme?, … porque no me siento bien aquí.

Maldigo mi posición por estar equidistante a las metas, maldigo al espacio por separarme de ellas, maldigo mi debilidad que me impide curvarlo, marchitar el ibisco terrestre, cerrar su corola, alinear sus pétalos, dejar todos los objetivos en su pistilo, y no volverme esquizofrénico en el intento de alcanzarlos. Pero es tan inútil maldecir, que me maldigo a mi mismo por hacerlo.

Los colores se perdieron, sus heroicas luchas acabaron, sus mutilados cadáveres se enterraron en el atronador gris, y los tonos de este, rompen el cielo, se cubren unos a otros, se mezclan, se comparan, se interfieren, ganan mi voluntad por instantes, para luego perderla ante otros pensamientos, dirigen mis acciones por momentos, las cuales son criticadas por quienes le suceden, se alternan en la manipulación de mis hilos inestables marioneteros, y pierdo en mi interior, la libertad que tanto busco en el afuera.

Y así, las nubes se espesan, los pensamientos aturden, los tonos se funden, la maquinaria mental zumba monótonamente, la oscuridad avanza, la mente reina, tierra y cielo funden en negro, y se desvanecen las metas.

miércoles, 16 de mayo de 2007

La Plaza (Capítulos 1, 2, 3, y 4)

El Despertar
La plaza desértica me rodea, sus simples juegos descansan desde lejanos tiempos, fríos fósiles de acero injertados sobre el cemento, quietos, mudos, muertos. Las hamacas colgando lánguidas conservan un mínimo movimiento, un débil vaivén, quizás un masaje de un viento compasivo, quizás una agonizante lucha nostálgica por perder su imagen actual de cadáveres en ejecución pública. El resto está indiscutiblemente muerto. El tobogán, aunque erguido, muestra sus corroídas barandas, sus astilladas y erosionadas maderas que nada recuerdan la pulida superficie facilitadora del desliz, de la velocidad, de la caída. Esa caída en el arenal, donde los pequeños pies rápidamente se afirmaban, para iniciar la corta carrera hacia la escalera, y sin perder tiempo, y en lo posible ganándole el lugar a algún niño más lento, iniciar una nueva caída, caída que ahora, terminaría en un barrial salpicado de cigarrillos, cajas de vino, y preservativos. Tampoco los “sube y baja” sobrevivieron, no suben más, ni bajan más, hubo un último niño en cada uno de ellos, que los dejo en su posición actual, y así quedaron, esperando, el sol entibiando su superficie, su delgada sombra corriendo de un lado al otro, el calor acumulado perdiéndose en la oscuridad, las gotas de rocío formándose sobre ellos, un nuevo sol evaporándolas, y así, el tiempo palideció sus fuertes colores, arqueó levemente sus viejas maderas, y así quedaron, como una partida de mikado, que el aburrimiento dejó sin final.

La vida en la plaza esta representada por los añosos y escasos árboles, siete u ocho de ellos, quizás diez, aislados ejemplares de distintas especies, fino cilindro en el álamo, voluminoso cono en el pino, delgada sección de esfera en la acacia, extravagante disfonía geométrica de individuos, meditando silenciosamente, ajenos al tiempo. Bajo ellos, a los costados del camino que surcan la plaza, la vida también verdea el césped, y explota en variados arbustos.

Recorro estos caminos, el perimetral forma una circunferencia concéntrica a la que limita la plaza, de él nacen otros que viajan serpenteantes a su centro, al sector de los juegos, o al busto de un personaje menor, que siempre que me percato de él, me está dando la espalda, y veo únicamente la curiosa forma con la que le representaron, lo que supongo sería su pelo enrulado. Recorro estos caminos, metro de estéril pedregullo delimitado por una fila de ladrillos. Voy por ellos, contemplo cada árbol, cada arbusto, cada porción de césped, quisiera pero no logro detenerme, logro disminuir mi velocidad momentáneamente, pero el camino me sigue arrastrando, ya llegué y me fui de cada sección de él, ya ví, volví a ver, y se me repitió mil veces, cada una de las imágenes que se alcanzan desde él, y sigo, ya no me esfuerzo, ya no varío mi velocidad, el tedio inunda el camino, aparece otra fila de ladrillos sobre la existente, luego otra, y otra, la fila de ladrillos incrementa su altura ladrillo a ladrillo, cubre mi vista, el paisaje se esfuma, mis piernas dejan de moverse pero sigo avanzando, el camino me lleva, mis piernas rígidas se convierten en poste, luego mi torso, luego todo mi ser, y sigo desplazándome en ese estado, viendo los ladrillos de ambos muros separarse en el horizonte, creciendo paulatinamente, desenfocándose y perdiéndose tras de mi, y en esa rutina, sigo.

Mi conciencia se apagaba ladrillo a ladrillo, mi contemplación moría de inanición, cuando, por primera vez, un pájaro, surgió del muro sin existir hueco por el cual pasar, apareció en pleno vuelo como si hubiera volado a través de él, revoloteó en el aire y se posó a cierta distancia en el camino. A medida que maquinalmente me acercaba a él, más me fascinaba su presencia, sus colores, la textura de sus plumas, los reflejos en ellas de un sol que en ese instante recordé que existía pero que seguía olvidando cuando había dejado de ver. Disfrutaba del simpático movimiento de su cabeza en cada paso, del grácil picotear quien sabe que en el piso, gozaba de la recuperada novedad y compañía. Saboreaba cada uno de esos instantes, en los que las nobles imágenes nuevas hacían crujir los oxidados engranajes de mi contemplación, y conservé su gusto luego de que, estando a poca distancia, este inesperado visitante, luego de mirar inquieto en mi dirección, levantó vuelo oblicuo al muro, y se fundió en él sin dejar rastro.

Volví a mi soledad, volví a la secuencia de ladrillos, volví a ser un poste sobre pedregullo deslizante, pero un poste conciente, un poste con recuerdos, con recuerdos recientes, con la contemplación revitalizada, con la vitalidad creciente.

La Conciencia
Seguía deslizándome sobre el camino, seguía sin ver los árboles, el césped, los arbustos, detrás del muro, seguía a velocidad constante, seguía alcanzando y dejando atrás ladrillos, sin embargo el tedio habíase dispersado, el pájaro, con sus alas, pareció despejar los velos de humo que fueron cubriéndome en el pasado. Los ladrillos se veían distintos, sus oscuros tonos de rojo variaban, la erosión le daba formas irrepetibles a su estructura prismática. Gracias al pájaro ví esos detalles, y estos lubricaron mi contemplación, y encontré más irregularidades en el muro, detecté grietas, ví árboles invertidos en ellas, ví ramas invernales, y ví la vida latente recorriéndolas. Y, en todo momento, agradecí al hermoso ser alado que abrió violentamente la ventana, del lecho mortal en el que yacía. En todo momento también, esperé, que desde las hermosas figuras que ahora en el muro veía, brotara como manantial de vida, el vuelo mágico de este ser, esperé volver a sentir su fugaz compañía.

Este ser no retornó, aunque si, luego de contemplar muchos ladrillos, luego de observar muchas rajaduras, luego de percibir muchas formas en ellas, otro pájaro penetró el muro, quise creer que era el primero, pero pronto me percaté que sus colores, su complexión, su vuelo, su postura eran diferentes. Tuve un instante de desencanto, un peligroso momento de decepción, y allí, en una acrobacia exuberante el brillante ser mostró toda su belleza, toda su magia me alcanzó durante el tiempo que atentamente gocé de su breve visita. Visita que terminó, al igual que la del primer ser, con un vuelo completamente indiferente al desvencijado muro y su hundimiento en él.

Seguí deslizándome por el camino, seguí encontrando formas en los ladrillos, algunas de impensada belleza, seguí viendo quebraduras, seguí viendo cañadas y arroyos en ellas, y siguieron cruzando el camino estas hermosas aves, todas distintas, ninguna volviendo, todas completamente indiferentes al muro, impactántemente indiferentes al muro, y entre las visitas, seguían los desgastados ladrillos, sus variantes formas, seguían las grietas surcando el muro, los tormentosos ríos en ellas, los delgados pero punzantes rayos de sol atravesándolo e incendiando una caótica fila de polvo, y mientras eso sucedía rememoraba la plaza, sus variados árboles, su postura segura y a la vez calma, su paciente contemplar el lento desplazamiento de los suaves cúmulos de nubes, estas dibujando curiosas formas, fusionándose, descomponiéndose, deshilachándose, algunas dejando penetrar al sol por su fina estructura, y otras mostrándose como sólidas montañas en primera instancia, perdían esta pesada apariencia, al no llegar a esconder sus constantes mutaciones, y la suave textura revelada por el cálido sol, todas en silencio, fluyendo en una invisible brisa, percibían, entre múltiples imágenes, la circular mancha verde de la plaza, veían apenas más cercanas las copas de sus árboles, algo más abajo, los arbustos salpicando de distintos tonos verdosos, el parejo tapiz de césped, cruelmente lacerado en toda su extensión.

Y mientras ellas me contemplaban, yo era desplazado por estas antiguas cicatrices, surcaba el vacío inerte entre los carnosos muros, y recordé cuando ingresé a la plaza, cuando ávido por conocerla, recorrí cada uno de sus caminos fascinado por la variedad de su vida, caminé por sus heridas reabriéndolas, pasé por las cercanías de cada árbol, pero nunca los toqué, el mismo camino que me los acercaba, un instante antes de alcanzarlos, los alejaba de mí, y así se sucedieron promesas y desengaños, y cuando el alma estaba demasiado afligida, el hábil camino me dirigía a los juegos, y allí la distracción, otorgando un engañoso sentimiento de libertad, agregaba un eslabón más a mi cadena, y me hacía más esclavo del camino.

Y así seguí desplazándome por el camino, buscando la vida en el único lugar donde fue quitada, y con mi caminar, fui haciendo más profunda la herida, con mi equivocado buscar me fui hundiendo, intentando alcanzar me fui alejando.

Seguía mi hiriente avanzar entre muros de sangre coagulada, costras oscuras atravesadas por grietas con hilos de roja sangre aún fluyendo, más y más costras, más y más grietas, algunas de ellas emitiendo finos disparos de ínfimas gotas salpicando mi paso. Inmerso en esa lúgubre atmósfera se formó en mi conciencia la perversidad del camino, ví la vida cubriendo toda la plaza, ví muchos árboles en ella, ví la llegada del camino, ví la matanza de seres, ví el elaborado diseño del camino, ví la elección de seres que funcionarían de adorno y los que se desecharían, ví como el camino se acercaba a los primeros y como destruía a los segundos, ví como llegaron los juegos, y finalmente ví como se instaló el indiferente busto. Ví el ingreso de mucha gente, y ví mi ingreso, ví el mismo engaño en todos nosotros, y ví la satisfacción del camino, ví el éxito del camino, y ví su nueva idea, ví la inmediata creación de nuevas plazas, distintos diseños, distintas distracciones, la misma concepción, el mismo engaño, ví la distribución de personas en las nuevas plazas, ví la disminución de habitantes en la mía, ví la maldad en el plan, ví la concreción del mismo, y ví la culminante satisfacción del camino cuando cada ser humano quedó aislado en su propia plaza, ví a todas las plazas, ví a todos los humanos convertidos en dagas, recorriendo sus cíclicos caminos, abriendo y reabriendo las heridas de la vida, y en ese instante, paré.

La Acción
La inercia que me arrastró desde tiempos inmemorables cesó bruscamente, la fuerza que me empujó distancias inconmensurables desapareció como si nunca hubiese existido. Estas leyes naturales cayeron derogadas por algún extraño hechizo, y allí quedé yo, inmóvil, en silencio, entre los carnosos muros ahora estáticos.

Una gruesa grieta atravesaba la costrosa pared de mi izquierda, el flujo rojo aumentaba y disminuía a intervalos parejos y calmos, surcaba irregularmente la oscura placa cuyos diferentes matices revelaban múltiples cicatrizaciones. La sangre corría apresurada como torrente, en sus costas las plaquetas se aferraban, y se sostenían entre ellas, formaban redes, se solidificaban, y así funcionaban como la erosión, pero con el tiempo invertido.

El tiempo fue pasando lentamente, yo seguía en ese mismo lugar, en ese mágico lugar, a mí alrededor todo se transformaba de forma sutil, muy lentamente, aunque en forma constante, y yo contemplaba fascinado cada movimiento, cada cambio, cada transformación. Contemplé como la sanguínea grieta fue perdiendo caudal, como pasó a ser visible sólo en los instantes de máxima presión, como se fue cortando su recorrido en algunos sectores, y como desapareció completamente en un desierto bordeau de muertas plaquetas. Ví como rajaduras más pequeñas se desvanecieron previamente, y como las más profundas dieron larga lucha sucumbiendo como las otras. También ví hermosos tornasoles en la placa recién solidificada, y coloridos rayos partiendo caóticamente de su superficie, y mientras veía todo esto, el tiempo siguió pasando, quizás siglos, quizás segundos, y yo seguía contemplando, estático y extático, en profunda paz, y en completa atención.

El tiempo pasaba, y el espectáculo seguía, la sólida pared cicatrizada fue ondulándose, abombándose, y luego surgieron quebraduras en ella, se fueron dispersando por toda la sección que alcanzaba a ver, tanto en la placa a la izquierda, como la ubicada a la derecha, hasta que en esta última, a algunos pasos de mi, cayó el primer cascarón. En su hueco apareció la naciente piel, tersa, pareja, débil, casi translúcida, bella, distinta, y mientras esta nueva textura ganaba fuerza y consistencia, cientos de restos de plaquetas fueron desprendiéndose una tras otra, tapizando los bordes del camino, y también, mientras todo esto pasaba, porciones de mi estructura de poste se desplomaban, volvía a ver en mi características de humano, y siguió pasando el tiempo, milenios o minutos, nunca sabré, y cuando el último cascarón abandonó la pared, quedé contemplando una hermosa piel morena a mi derecha, muy cerca de mí, extendiéndose luego hasta el infinito, perdiendo gradualmente detalle, fusionándose en la oscura lejanía con su par, ganando esta última definición mientras acercaba mi atención a zonas más cercanas, para finalmente encontrar un hogar para que mi inquieto contemplar residiera un buen tiempo.

Recorrí esa bella superficie próxima a mí, su cálido aspecto y sugerente presencia, su homogéneo color, apenas matizado por el sol incidiendo con distinta intensidad en sus mínimas irregularidades, y reflejándose en los delicados bellos áureos que surgen de ellas. En ese estado delicioso estuve cierto tiempo, y habiendo contemplado hasta sus características microscópicas, imaginé su textura, la imaginé suave, dulce, tierna, produciendo millones de sutiles explosiones al acariciarla. Imaginé vívidamente esa textura, construí tan minuciosamente esa sensación, que me parecía sentirla en cada porción de mi piel, piel ahora despierta, luego de haberse liberado de cada trozo del áspero cemento, y de cada estructura de frío acero que la cubría.

Gozaba plenamente esta sensación, y disfrutaba aún más, cuando encontraba un nuevo condimento para ella, uno que la hiciera más sabrosa, y de esa manera continué mi labor culinaria, haciendo la sensación cada vez más compleja, más elaborada, más llena de sabores, … , más difícil de sentir, seguía agregando condimentos, pero los cambios eran mínimos. La mezcla de sabores producía sensaciones encontradas, sensaciones que no se adherían al cuerpo, que luchaban entre sí, que confundían, que entreveraban. Recordaba que la sensación me había llenado de placer tiempo atrás, pero nada quedaba del mismo.

El caldero ya estaba repleto de condimentos y la sensación no volvía. Recorría desesperado los estantes de las especias buscando algo nuevo, pero era inútil, ya los había probado todos, ya los había combinado en todas las maneras posibles, ya había pasado por todas las temperaturas el caldero, ya había seguido todas las fórmulas. Exhausto, derrotado, destruido, cesé mi esfuerzo por buscar soluciones, dejé de luchar, y liberé los músculos. Mi cabeza cayó vencida, solo mis pies quedaron en mi acotada visión, la débil piel del empeine, su culminación en tontos dedos, y a su alrededor, la hermosa piel morena, aún más suave, aún más dulce, aún más tierna que como imaginaba sentirla, produciendo mayor cantidad de sutiles explosiones que las que esperaba, mientras variaba mi presión de contacto, alternadamente, entre las puntas de los dedos, los metatarsos, y el talón, y al mismo tiempo, entre las secciones internas y externas de ambos pies. Completamente sumergido en esa novel experiencia, balanceándome cada vez más, buscando experimentar de todas formas posibles el delicioso contacto, el balanceo se fue haciendo más marcado, y en un momento, surgió desde quién sabe donde, el miedo, miedo a perder el equilibrio, miedo a caer, pero afortunadamente no apareció a tiempo, uno de los balanceos fue lo suficientemente violento para no tener retorno, y en ese instante, avancé mi pierna y caminé, no me llevó el camino ni permanecí estático, di un paso, caminé.

La Fusión
En algún momento, en los inicios de mi vida, di mi primer paso, pero este, fue distinto. Seguramente aquella vez, me habré incorporado tambaleante, y habré caminado tres o cuatro pasos en tonta carrera, para zambullirme en los brazos de mi madre, o quizás, luego de una caminata asistida, mi padre soltó mi mano, se alejó unos pasos hacia atrás, y vió mi sonrisa sonora, y como con mis brazos, algo extendidos, las manos a la altura de la frente y delante de ella, acompañaba el torpe movimiento de mis inexperientes piernas. Este paso fue distinto.

Luego de aquel primero hubo incontables más, más corridas para alcanzar a mis padres, más caminos sugeridos por ellos, otros indicados por abuelos, y luego, la inserción en la sociedad, el pronto adoctrinamiento por parte de esta, su complejos códigos de conducta, su estructuración en caminos, y con ella, vinieron los falsos líderes, los impuestos y los auto-impuestos, se sucedieron profesores, compañeros, figuras políticas, y seguí dando pasos para alcanzarlos. En cada elección, el camino se bifurcó, seguimos a alguien, y abandonamos al resto, en cada bifurcación el camino se hizo más angosto, y se siguió angostando hasta convertirse en riel, el cual uno transitó como un vagón tras una inagotable locomotora. Pero, este paso, fue distinto.

Aquel pájaro cruzando el camino fisuró el disfraz impuesto por la sociedad, la dedicada contemplación de los defectos del mismo me llevó a tomar conciencia del engaño que había sufrido. Siendo conciente detuve mi participación en el mismo, al detenerme comencé a sanarme, y cuando sané, por primera vez sentí, y solo sintiendo se puede andar.

Y así fue, que buscando sentir más, experimentar más, di ese último paso, el primero. El primer paso alineado con lo que sentía. Inmediatamente di otros por la delicada piel, me detuve, probé asombrado dar un pequeño paso hacia atrás, giré repentinamente sobre mi eje, miré por primera vez la otra dirección del camino, caminé por ella, soltando una carcajada corrí locamente por ella, me detuve bruscamente, miré hacia la pared a mi derecha, di el paso que me separaba de ella, y toqué tímidamente su tibia textura.

Deslicé mi mano por ella apenas haciendo contacto con las yemas de mis dedos, dibujé irrepetibles formas, fui incrementando la presión en mi contacto, desde sentir únicamente el sutil cosquilleo de su apenas perceptible vellosidad, hasta dejar estelas de claridad revelando la posición de mis dedos en los instantes anteriores. Continué ese plácido acariciar, la piel comenzó a poblarse de diminutos reflejos brillantes, sumé toda la palma de mis manos al delicioso contacto, y los poros se cubrían de infinitas y diminutas gotas, integré los brazos en la caricia, y luego, hacia esa húmeda piel, me dejé caer.

Sumergido en profundo éxtasis, se sucedieron infinitos movimientos, con los que fui experimentando el exquisito sabor de su contacto en cada sector de mi piel, y habiendo satisfecho esto, me impulsé hacia la piel que aún no había probado, y continué deslizándome, rodando por ella, seguí acariciándola, sintiéndola, para luego dejarme caer por completo, y ya empapado, revolcarme, gatear, relajarme en cualquier posición, descansar, volverme a incorporar, ver la piel vertical algo más baja, disfrutar del contacto, moverme libremente, ver las copas de los árboles, sentir la maleabilidad de la piel, modificarla, penetrarla, introducirse, salir, introducirse en otro lugar, modificarse, embarrarse, fusionarse, ver la fisura disparando, ver el agua arrastrando la tierra de las paredes, verla manar por sus grietas, ver la fosa más llana y cubriéndose de fango, y seguir revolcándome, y sentir el mismo placer que antes, ver el césped en los bordes de la zanja, y las raíces de los arbustos surgiendo de sus bajas paredes, ver el agua fluir caudalosamente, sentirla cayendo fresca sobre uno, y gozar de la misma manera por esto, ver la fosa convertirse en río, y verse flotando en él.

De esta manera, deslizándome plácidamente por el río, contemplé la renovada plaza, no había juegos en ella, no había busto, solo árboles, césped, y arbustos, y agua donde antes hubo camino. En ese flotar, ví que me acercaba, lentamente, a un hermoso árbol, uno de esos que siempre quise alcanzar, y cuando estuve frente a él, arqueé los dedos de ambas manos en tensas garras y las clavé violentamente en la costa, disfruté por unos momentos el suave masaje de la corriente deslizándose por mi cuerpo al no poder arrastrarme, y finalmente, con un movimiento preciso, decidido, seguro, abandoné los restos del inerte camino, y por primera vez, ingresé, al universo de la vida, por primera vez, viví.

sábado, 12 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 4 de 4: La Fusión)

En algún momento, en los inicios de mi vida, di mi primer paso, pero este, fue distinto. Seguramente aquella vez, me habré incorporado tambaleante, y habré caminado tres o cuatro pasos en tonta carrera, para zambullirme en los brazos de mi madre, o quizás, luego de una caminata asistida, mi padre soltó mi mano, se alejó unos pasos hacia atrás, y vió mi sonrisa sonora, y como con mis brazos, algo extendidos, las manos a la altura de la frente y delante de ella, acompañaba el torpe movimiento de mis inexperientes piernas. Este paso fue distinto.

Luego de aquel primero hubo incontables más, más corridas para alcanzar a mis padres, más caminos sugeridos por ellos, otros indicados por abuelos, y luego, la inserción en la sociedad, el pronto adoctrinamiento por parte de esta, su complejos códigos de conducta, su estructuración en caminos, y con ella, vinieron los falsos líderes, los impuestos y los auto-impuestos, se sucedieron profesores, compañeros, figuras políticas, y seguí dando pasos para alcanzarlos. En cada elección, el camino se bifurcó, seguimos a alguien, y abandonamos al resto, en cada bifurcación el camino se hizo más angosto, y se siguió angostando hasta convertirse en riel, el cual uno transitó como un vagón tras una inagotable locomotora. Pero, este paso, fue distinto.

Aquel pájaro cruzando el camino fisuró el disfraz impuesto por la sociedad, la dedicada contemplación de los defectos del mismo me llevó a tomar conciencia del engaño que había sufrido. Siendo conciente detuve mi participación en el mismo, al detenerme comencé a sanarme, y cuando sané, por primera vez sentí, y solo sintiendo se puede andar.

Y así fue, que buscando sentir más, experimentar más, di ese último paso, el primero. El primer paso alineado con lo que sentía. Inmediatamente di otros por la delicada piel, me detuve, probé asombrado dar un pequeño paso hacia atrás, giré repentinamente sobre mi eje, miré por primera vez la otra dirección del camino, caminé por ella, soltando una carcajada corrí locamente por ella, me detuve bruscamente, miré hacia la pared a mi derecha, di el paso que me separaba de ella, y toqué tímidamente su tibia textura.

Deslicé mi mano por ella apenas haciendo contacto con las yemas de mis dedos, dibujé irrepetibles formas, fui incrementando la presión en mi contacto, desde sentir únicamente el sutil cosquilleo de su apenas perceptible vellosidad, hasta dejar estelas de claridad revelando la posición de mis dedos en los instantes anteriores. Continué ese plácido acariciar, la piel comenzó a poblarse de diminutos reflejos brillantes, sumé toda la palma de mis manos al delicioso contacto, y los poros se cubrían de infinitas y diminutas gotas, integré los brazos en la caricia, y luego, hacia esa húmeda piel, me dejé caer.

Sumergido en profundo éxtasis, se sucedieron infinitos movimientos, con los que fui experimentando el exquisito sabor de su contacto en cada sector de mi piel, y habiendo satisfecho esto, me impulsé hacia la piel que aún no había probado, y continué deslizándome, rodando por ella, seguí acariciándola, sintiéndola, para luego dejarme caer por completo, y ya empapado, revolcarme, gatear, relajarme en cualquier posición, descansar, volverme a incorporar, ver la piel vertical algo más baja, disfrutar del contacto, moverme libremente, ver las copas de los árboles, sentir la maleabilidad de la piel, modificarla, penetrarla, introducirse, salir, introducirse en otro lugar, modificarse, embarrarse, fusionarse, ver la fisura disparando, ver el agua arrastrando la tierra de las paredes, verla manar por sus grietas, ver la fosa más llana y cubriéndose de fango, y seguir revolcándome, y sentir el mismo placer que antes, ver el césped en los bordes de la zanja, y las raíces de los arbustos surgiendo de sus bajas paredes, ver el agua fluir caudalosamente, sentirla cayendo fresca sobre uno, y gozar de la misma manera por esto, ver la fosa convertirse en río, y verse flotando en él.

De esta manera, deslizándome plácidamente por el río, contemplé la renovada plaza, no había juegos en ella, no había busto, solo árboles, césped, y arbustos, y agua donde antes hubo camino. En ese flotar, ví que me acercaba, lentamente, a un hermoso árbol, uno de esos que siempre quise alcanzar, y cuando estuve frente a él, arqueé los dedos de ambas manos en tensas garras y las clavé violentamente en la costa, disfruté por unos momentos el suave masaje de la corriente deslizándose por mi cuerpo al no poder arrastrarme, y finalmente, con un movimiento preciso, decidido, seguro, abandoné los restos del inerte camino, y por primera vez, ingresé, al universo de la vida, por primera vez, viví.

miércoles, 9 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 3 de 4: La Acción)

La inercia que me arrastró desde tiempos inmemorables cesó bruscamente, la fuerza que me empujó distancias inconmensurables desapareció como si nunca hubiese existido. Estas leyes naturales cayeron derogadas por algún extraño hechizo, y allí quedé yo, inmóvil, en silencio, entre los carnosos muros ahora estáticos.

Una gruesa grieta atravesaba la costrosa pared de mi izquierda, el flujo rojo aumentaba y disminuía a intervalos parejos y calmos, surcaba irregularmente la oscura placa cuyos diferentes matices revelaban múltiples cicatrizaciones. La sangre corría apresurada como torrente, en sus costas las plaquetas se aferraban, y se sostenían entre ellas, formaban redes, se solidificaban, y así funcionaban como la erosión, pero con el tiempo invertido.

El tiempo fue pasando lentamente, yo seguía en ese mismo lugar, en ese mágico lugar, a mí alrededor todo se transformaba de forma sutil, muy lentamente, aunque en forma constante, y yo contemplaba fascinado cada movimiento, cada cambio, cada transformación. Contemplé como la sanguínea grieta fue perdiendo caudal, como pasó a ser visible sólo en los instantes de máxima presión, como se fue cortando su recorrido en algunos sectores, y como desapareció completamente en un desierto bordeau de muertas plaquetas. Ví como rajaduras más pequeñas se desvanecieron previamente, y como las más profundas dieron larga lucha sucumbiendo como las otras. También ví hermosos tornasoles en la placa recién solidificada, y coloridos rayos partiendo caóticamente de su superficie, y mientras veía todo esto, el tiempo siguió pasando, quizás siglos, quizás segundos, y yo seguía contemplando, estático y extático, en profunda paz, y en completa atención.

El tiempo pasaba, y el espectáculo seguía, la sólida pared cicatrizada fue ondulándose, abombándose, y luego surgieron quebraduras en ella, se fueron dispersando por toda la sección que alcanzaba a ver, tanto en la placa a la izquierda, como la ubicada a la derecha, hasta que en esta última, a algunos pasos de mi, cayó el primer cascarón. En su hueco apareció la naciente piel, tersa, pareja, débil, casi translúcida, bella, distinta, y mientras esta nueva textura ganaba fuerza y consistencia, cientos de restos de plaquetas fueron desprendiéndose una tras otra, tapizando los bordes del camino, y también, mientras todo esto pasaba, porciones de mi estructura de poste se desplomaban, volvía a ver en mi características de humano, y siguió pasando el tiempo, milenios o minutos, nunca sabré, y cuando el último cascarón abandonó la pared, quedé contemplando una hermosa piel morena a mi derecha, muy cerca de mí, extendiéndose luego hasta el infinito, perdiendo gradualmente detalle, fusionándose en la oscura lejanía con su par, ganando esta última definición mientras acercaba mi atención a zonas más cercanas, para finalmente encontrar un hogar para que mi inquieto contemplar residiera un buen tiempo.

Recorrí esa bella superficie próxima a mí, su cálido aspecto y sugerente presencia, su homogéneo color, apenas matizado por el sol incidiendo con distinta intensidad en sus mínimas irregularidades, y reflejándose en los delicados bellos áureos que surgen de ellas. En ese estado delicioso estuve cierto tiempo, y habiendo contemplado hasta sus características microscópicas, imaginé su textura, la imaginé suave, dulce, tierna, produciendo millones de sutiles explosiones al acariciarla. Imaginé vívidamente esa textura, construí tan minuciosamente esa sensación, que me parecía sentirla en cada porción de mi piel, piel ahora despierta, luego de haberse liberado de cada trozo del áspero cemento, y de cada estructura de frío acero que la cubría.

Gozaba plenamente esta sensación, y disfrutaba aún más, cuando encontraba un nuevo condimento para ella, uno que la hiciera más sabrosa, y de esa manera continué mi labor culinaria, haciendo la sensación cada vez más compleja, más elaborada, más llena de sabores, … , más difícil de sentir, seguía agregando condimentos, pero los cambios eran mínimos. La mezcla de sabores producía sensaciones encontradas, sensaciones que no se adherían al cuerpo, que luchaban entre sí, que confundían, que entreveraban. Recordaba que la sensación me había llenado de placer tiempo atrás, pero nada quedaba del mismo.

El caldero ya estaba repleto de condimentos y la sensación no volvía. Recorría desesperado los estantes de las especias buscando algo nuevo, pero era inútil, ya los había probado todos, ya los había combinado en todas las maneras posibles, ya había pasado por todas las temperaturas el caldero, ya había seguido todas las fórmulas. Exhausto, derrotado, destruido, cesé mi esfuerzo por buscar soluciones, dejé de luchar, y liberé los músculos. Mi cabeza cayó vencida, solo mis pies quedaron en mi acotada visión, la débil piel del empeine, su culminación en tontos dedos, y a su alrededor, la hermosa piel morena, aún más suave, aún más dulce, aún más tierna que como imaginaba sentirla, produciendo mayor cantidad de sutiles explosiones que las que esperaba, mientras variaba mi presión de contacto, alternadamente, entre las puntas de los dedos, los metatarsos, y el talón, y al mismo tiempo, entre las secciones internas y externas de ambos pies. Completamente sumergido en esa novel experiencia, balanceándome cada vez más, buscando experimentar de todas formas posibles el delicioso contacto, el balanceo se fue haciendo más marcado, y en un momento, surgió desde quién sabe donde, el miedo, miedo a perder el equilibrio, miedo a caer, pero afortunadamente no apareció a tiempo, uno de los balanceos fue lo suficientemente violento para no tener retorno, y en ese instante, avancé mi pierna y caminé, no me llevó el camino ni permanecí estático, di un paso, caminé.

viernes, 4 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 2 de ?: La Conciencia)

Seguía deslizándome sobre el camino, seguía sin ver los árboles, el césped, los arbustos, detrás del muro, seguía a velocidad constante, seguía alcanzando y dejando atrás ladrillos, sin embargo el tedio habíase dispersado, el pájaro, con sus alas, pareció despejar los velos de humo que fueron cubriéndome en el pasado. Los ladrillos se veían distintos, sus oscuros tonos de rojo variaban, la erosión le daba formas irrepetibles a su estructura prismática. Gracias al pájaro ví esos detalles, y estos lubricaron mi contemplación, y encontré más irregularidades en el muro, detecté grietas, ví árboles invertidos en ellas, ví ramas invernales, y ví la vida latente recorriéndolas. Y, en todo momento, agradecí al hermoso ser alado que abrió violentamente la ventana, del lecho mortal en el que yacía. En todo momento también, esperé, que desde las hermosas figuras que ahora en el muro veía, brotara como manantial de vida, el vuelo mágico de este ser, esperé volver a sentir su fugaz compañía.

Este ser no retornó, aunque si, luego de contemplar muchos ladrillos, luego de observar muchas rajaduras, luego de percibir muchas formas en ellas, otro pájaro penetró el muro, quise creer que era el primero, pero pronto me percaté que sus colores, su complexión, su vuelo, su postura eran diferentes. Tuve un instante de desencanto, un peligroso momento de decepción, y allí, en una acrobacia exuberante el brillante ser mostró toda su belleza, toda su magia me alcanzó durante el tiempo que atentamente gocé de su breve visita. Visita que terminó, al igual que la del primer ser, con un vuelo completamente indiferente al desvencijado muro y su hundimiento en él.

Seguí deslizándome por el camino, seguí encontrando formas en los ladrillos, algunas de impensada belleza, seguí viendo quebraduras, seguí viendo cañadas y arroyos en ellas, y siguieron cruzando el camino estas hermosas aves, todas distintas, ninguna volviendo, todas completamente indiferentes al muro, impactántemente indiferentes al muro, y entre las visitas, seguían los desgastados ladrillos, sus variantes formas, seguían las grietas surcando el muro, los tormentosos ríos en ellas, los delgados pero punzantes rayos de sol atravesándolo e incendiando una caótica fila de polvo, y mientras eso sucedía rememoraba la plaza, sus variados árboles, su postura segura y a la vez calma, su paciente contemplar el lento desplazamiento de los suaves cúmulos de nubes, estas dibujando curiosas formas, fusionándose, descomponiéndose, deshilachándose, algunas dejando penetrar al sol por su fina estructura, y otras mostrándose como sólidas montañas en primera instancia, perdían esta pesada apariencia, al no llegar a esconder sus constantes mutaciones, y la suave textura revelada por el cálido sol, todas en silencio, fluyendo en una invisible brisa, percibían, entre múltiples imágenes, la circular mancha verde de la plaza, veían apenas más cercanas las copas de sus árboles, algo más abajo, los arbustos salpicando de distintos tonos verdosos, el parejo tapiz de césped, cruelmente lacerado en toda su extensión.

Y mientras ellas me contemplaban, yo era desplazado por estas antiguas cicatrices, surcaba el vacío inerte entre los carnosos muros, y recordé cuando ingresé a la plaza, cuando ávido por conocerla, recorrí cada uno de sus caminos fascinado por la variedad de su vida, caminé por sus heridas reabriéndolas, pasé por las cercanías de cada árbol, pero nunca los toqué, el mismo camino que me los acercaba, un instante antes de alcanzarlos, los alejaba de mí, y así se sucedieron promesas y desengaños, y cuando el alma estaba demasiado afligida, el hábil camino me dirigía a los juegos, y allí la distracción, otorgando un engañoso sentimiento de libertad, agregaba un eslabón más a mi cadena, y me hacía más esclavo del camino.

Y así seguí desplazándome por el camino, buscando la vida en el único lugar donde fue quitada, y con mi caminar, fui haciendo más profunda la herida, con mi equivocado buscar me fui hundiendo, intentando alcanzar me fui alejando.

Seguía mi hiriente avanzar entre muros de sangre coagulada, costras oscuras atravesadas por grietas con hilos de roja sangre aún fluyendo, más y más costras, más y más grietas, algunas de ellas emitiendo finos disparos de ínfimas gotas salpicando mi paso. Inmerso en esa lúgubre atmósfera se formó en mi conciencia la perversidad del camino, ví la vida cubriendo toda la plaza, ví muchos árboles en ella, ví la llegada del camino, ví la matanza de seres, ví el elaborado diseño del camino, ví la elección de seres que funcionarían de adorno y los que se desecharían, ví como el camino se acercaba a los primeros y como destruía a los segundos, ví como llegaron los juegos, y finalmente ví como se instaló el indiferente busto. Ví el ingreso de mucha gente, y ví mi ingreso, ví el mismo engaño en todos nosotros, y ví la satisfacción del camino, ví el éxito del camino, y ví su nueva idea, ví la inmediata creación de nuevas plazas, distintos diseños, distintas distracciones, la misma concepción, el mismo engaño, ví la distribución de personas en las nuevas plazas, ví la disminución de habitantes en la mía, ví la maldad en el plan, ví la concreción del mismo, y ví la culminante satisfacción del camino cuando cada ser humano quedó aislado en su propia plaza, ví a todas las plazas, ví a todos los humanos convertidos en dagas, recorriendo sus cíclicos caminos, abriendo y reabriendo las heridas de la vida, y en ese instante, paré.

martes, 1 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 1 de ?: El despertar)

La plaza desértica me rodea, sus simples juegos descansan desde lejanos tiempos, fríos fósiles de acero injertados sobre el cemento, quietos, mudos, muertos. Las hamacas colgando lánguidas conservan un mínimo movimiento, un débil vaivén, quizás un masaje de un viento compasivo, quizás una agonizante lucha nostálgica por perder su imagen actual de cadáveres en ejecución pública. El resto está indiscutiblemente muerto. El tobogán, aunque erguido, muestra sus corroídas barandas, sus astilladas y erosionadas maderas que nada recuerdan la pulida superficie facilitadora del desliz, de la velocidad, de la caída. Esa caída en el arenal, donde los pequeños pies rápidamente se afirmaban, para iniciar la corta carrera hacia la escalera, y sin perder tiempo, y en lo posible ganándole el lugar a algún niño más lento, iniciar una nueva caída, caída que ahora, terminaría en un barrial salpicado de cigarrillos, cajas de vino, y preservativos. Tampoco los “sube y baja” sobrevivieron, no suben más, ni bajan más, hubo un último niño en cada uno de ellos, que los dejo en su posición actual, y así quedaron, esperando, el sol entibiando su superficie, su delgada sombra corriendo de un lado al otro, el calor acumulado perdiéndose en la oscuridad, las gotas de rocío formándose sobre ellos, un nuevo sol evaporándolas, y así, el tiempo palideció sus fuertes colores, arqueó levemente sus viejas maderas, y así quedaron, como una partida de mikado, que el aburrimiento dejó sin final.

La vida en la plaza esta representada por los añosos y escasos árboles, siete u ocho de ellos, quizás diez, aislados ejemplares de distintas especies, fino cilindro en el álamo, voluminoso cono en el pino, delgada sección de esfera en la acacia, extravagante disfonía geométrica de individuos, meditando silenciosamente, ajenos al tiempo. Bajo ellos, a los costados del camino que surcan la plaza, la vida también verdea el césped, y explota en variados arbustos.

Recorro estos caminos, el perimetral forma una circunferencia concéntrica a la que limita la plaza, de él nacen otros que viajan serpenteantes a su centro, al sector de los juegos, o al busto de un personaje menor, que siempre que me percato de él, me está dando la espalda, y veo únicamente la curiosa forma con la que le representaron, lo que supongo sería su pelo enrulado. Recorro estos caminos, metro de estéril pedregullo delimitado por una fila de ladrillos. Voy por ellos, contemplo cada árbol, cada arbusto, cada porción de césped, quisiera pero no logro detenerme, logro disminuir mi velocidad momentáneamente, pero el camino me sigue arrastrando, ya llegué y me fui de cada sección de él, ya ví, volví a ver, y se me repitió mil veces, cada una de las imágenes que se alcanzan desde él, y sigo, ya no me esfuerzo, ya no varío mi velocidad, el tedio inunda el camino, aparece otra fila de ladrillos sobre la existente, luego otra, y otra, la fila de ladrillos incrementa su altura ladrillo a ladrillo, cubre mi vista, el paisaje se esfuma, mis piernas dejan de moverse pero sigo avanzando, el camino me lleva, mis piernas rígidas se convierten en poste, luego mi torso, luego todo mi ser, y sigo desplazándome en ese estado, viendo los ladrillos de ambos muros separarse en el horizonte, creciendo paulatinamente, desenfocándose y perdiéndose tras de mi, y en esa rutina, sigo.

Mi conciencia se apagaba ladrillo a ladrillo, mi contemplación moría de inanición, cuando, por primera vez, un pájaro, surgió del muro sin existir hueco por el cual pasar, apareció en pleno vuelo como si hubiera volado a través de él, revoloteó en el aire y se posó a cierta distancia en el camino. A medida que maquinalmente me acercaba a él, más me fascinaba su presencia, sus colores, la textura de sus plumas, los reflejos en ellas de un sol que en ese instante recordé que existía pero que seguía olvidando cuando había dejado de ver. Disfrutaba del simpático movimiento de su cabeza en cada paso, del grácil picotear quien sabe que en el piso, gozaba de la recuperada novedad y compañía. Saboreaba cada uno de esos instantes, en los que las nobles imágenes nuevas hacían crujir los oxidados engranajes de mi contemplación, y conservé su gusto luego de que, estando a poca distancia, este inesperado visitante, luego de mirar inquieto en mi dirección, levantó vuelo oblicuo al muro, y se fundió en él sin dejar rastro.

Volví a mi soledad, volví a la secuencia de ladrillos, volví a ser un poste sobre pedregullo deslizante, pero un poste conciente, un poste con recuerdos, con recuerdos recientes, con la contemplación revitalizada, con la vitalidad creciente.

sábado, 14 de abril de 2007

El golpe

Pasan, van por sus rieles, estoy quieto, los contemplo, pasan, van apurados, no soy percibido, pasan, cargan sus mundos, dejando de estos solo migajas para mis ojos, pasan, y siguen pasando, infinitos rieles, infinitas direcciones, muy pocas intersecciones, pasan, los más sin singularidades, los menos con mínimos destellos, pasan, exijo a mi atención, concentro mi energía en contemplarlos, y en ocasiones, sus miradas salen del riel y me alcanzan, se confunden, voy muy rápido para ellos, existo un solo instante, y desaparezco, soy una aparición, un engaño de sus mentes, un tema para su terapia, un recordatorio de no olvidar el riel, … no soy nada, no existí nunca, … y siguen su camino, pasan, pasan rápido, muy rápido, siento vértigo, siento nauseas, muchas nauseas, y el espíritu, lamentablemente, no aprendió del cuerpo a vomitar.

Ignoro los rieles, miro hacia el mar, contemplo en la misma mirada: sus revoltosas formas, sus infinitos tonos, su constante vaivén, la espuma de sus gráciles olas, creándose y destruyéndose, su cansino murmullo, su incesante arrullo. Y veo numerosas aves, dibujando caprichosas curvas sobre el mar, e imagino variados peces construyendo infinitos surcos que se cierran tras de ellos, y no solo eso, veo a los peces probando ser aves en esforzados brincos, y siendo recompensados con la fugaz visión de otro universo, con la ínfima resistencia del aire, con la belleza y el calor de la luz sin dispersión. También las aves juegan a ser peces, prueban la viscosidad de ese medio, la resistencia a sus esfuerzos, la oscuridad, los infinitos y tenues reflejos de luz, la confusión, las engañosas apariencias, la soledad, y sienten la potencia de su ser cuando emergen de la superficies y dan sus primeros aleteos con sus alas empapadas.

Pasan, llegan, se van, vuelven, que importa que vuelvan, si nuevamente desaparecerán, colecto migajas, retengo destellos, saltos de pez sobre el uniforme riel, caen restos, palabras, pasos, pieles, vestigios de mundos sugerentes, también de mundos corrompidos, y muchas cáscaras de universos vacíos. Rieles ladeados de polvo, rieles entre tiras de basura, rieles putrefactos, rieles opresores, rieles anestésicos, rieles congelantes, rieles asesinos.

Soy un hurgador de esos rieles, soy un espectro desestimado, soy el mito de los trenes, soy la magia del afuera, soy la semilla del descarrilamiento, soy la esperanza de un mundo nuevo, soy, … , mito, magia, … , semilla, esperanza, … futuro, … , nada. Soy un hurgador ignorado de los mugrientos rieles, alimentándome de las migajas de los pocos mundos sanos, bebiendo de los destellos de los escasos universos con luz.

Soy esperanza, soy nada, soy semilla, soy espectro, soy el cambio, estoy afuera.

Pasan, no soy percibido, no les aparezco, pasan, van muy rápido, voy muy lento, pasan, no se detienen, no los detengo, pasan, se confunden, no les llego, pasan, y siguen pasando, pasan, y me causan vértigo, y estoy harto del vértigo, estoy harto de las migajas, harto de los destellos. Necesito detener esto, al menos a uno de ellos, y no encuentro el golpe brutal, el impacto preciso, el movimiento perfecto, el que detenga al rehén, que destruya su ilusión de tren, que lo transporte al afuera, donde no hay afuera ni adentro, no encuentro ese golpe, no lo encuentro.

viernes, 6 de abril de 2007

Juegos

No me divierte jugar tus juegos,
tú tampoco gozas con los míos.
Los tuyos duran toda la vida,
los míos explotan en instantes mínimos.


No me divierte jugar tus juegos, tu fiesta de disfraces, tus individuos cargando pesados disfraces, disfraces eternos, aunque mutantes, con múltiples adornos, aunque indefectiblemente faltos de originalidad. Toscos disfraces, toscos disfraces con los que buscan individualidad, toscos disfraces con los cuales la pierden, toscos disfraces, tintura negra, en lienzo negro, expuesto en un salón pobremente iluminado.

No me divierte jugar tus juegos, no veo las formas que tu ves en los disfraces, no siento las texturas que tu experimentas, no oigo el sonar de sus adornos, ni me llega su perfume, solo veo una vaga nube negra sobre ti.

No me divierte jugar tus juegos, ni encuentro la forma de que desees jugar en los míos, entonces, pocas veces, cuando me siento fuerte, sano, con suficientes energías, juego tu juego, juego torpemente, debilitándome rápidamente en cada movimiento, esforzándome al máximo por permanecer jugando, agonizando en cada jugada, sabiendo que en cada partida perderé, de todas formas, juego, porque dentro de tus juegos existen pequeñísimas puertas para que tu entres en los míos.

No me divierte, y lo juego. Caigo, atravieso suelos, y sigo cayendo, y allí creo ver algo de lo que tú ves en tu disfraz y en el mío, aunque elijo dejarte a ti describirlos, y ahí, entiendo sus formas, sus colores, mientras pierdo energía, sus texturas, sus perfumes, padeciendo dolor, tus fechas, tus lugares, luchando por retenerlas y seguir algún tiempo más en tu juego, tus comidas, tus amigos, tus acciones, perdiendo la mayoría de ellos por su falta de singularidad, y en ese recorrer tu disfraz, en ese moverlo, doblarlo, mirarlo desde distintos ángulos, si se está atento, si se los está buscando, aparecen defectos en el disfraz, pequeñas rajaduras, alguna rotura, al menos un sector con el tejido más abierto, y a través de ellos llega la luz, tu luz. Entre las fechas, los lugares, las pinceladas negras, surge un gesto involuntario, un movimiento en tu mano, o una mirada distinta, o una postura nueva, o un brillo extraño, o todo eso, o nada de eso, seguramente nada de eso, seguramente otra cosa, algo paradójicamente descriptible como demasiado sutil para ser descripto. Y en ese instante mínimo, estamos jugando mi juego, y estamos ganando en él.

Me divierte mi juego, a ti te incomoda, ocultas la falla del disfraz, se pierde el gesto delicioso, caemos a tu juego, soy penado en él con el mayor castigo, he cometido la peor falta, la que quiebra tu juego, la que confunde a sus jugadores, la que más temen los dueños del mismo, he sentido eso, esos colores, esa dulzura, ese aroma, esa belleza que no se encuentra en ningún disfraz, ni en el más caro, ni en el más difícil de conseguir, en ninguno, esa luz que tampoco existe bajo ningún disfraz, excepto el tuyo, esa luz tuya, únicamente tuya.

domingo, 1 de abril de 2007

Maya

Nunca cesa, la disfonía persiste, se desenfoca por momentos, y al menor descuido reaparece. En primera instancia sabe a monotonía, a zumbido, luego se descubren sus variaciones, inclusive en su estructura más simple hay aleatoriedad, no hay repetición ni algoritmos, no hay ritmo ni mucho menos melodía, solo caos. Cada una de las incontables gotas, que al estrellarse dentro de mi entorno auditivo, se transformaron en un solo sonido, mínimo, irrepetible, caprichosamente independiente del resto, sembrando una inmensa orquesta de anarquistas, que febrilmente se entregan a perturbar la mente, disparando efímeros razonamientos en cada melodía inconclusa, confundir el alma, fusionando sentimientos contradictorios en tonadas paralelas, desgastar el cuerpo con su constante martilleo.

Nunca cesa, ni varía en intensidad, aún permitiéndose ciertos valles, en los cuales intuimos su cansancio, albergamos esperanzas, las perdemos al percibir su resurgimiento, y encontrar en él, nuevos músicos, otro tipo de ellos, los reciclados, los formados de restos de los primeros, que vivieron solo para producir ese único, singular, ínfimo sonido en el final de su vuelo kami-kaze. Estos nuevos músicos, renacieron de sus propios restos, transitaron universos de flores, hojas, techos, se fusionaron con otros, crecieron, recorrieron otros universos, y así lograron, algunos, el milagro de producir algún sonido más. Los más, tuvieron una única oportunidad, y emitieron el mejor sonido que podían brindar, el suyo, y todos, fueron absorbidos por la tierra, integrados al universo y esperaron su próxima caída.

Nunca cesa, a través del salpicado cristal, y de la intrincada reja de la ventana, se ven los barrotes de la lluvia, y tras de ellos el férreo cerco de la casa. Éste segmentando la misma lluvia cayendo tras de él, y ésta con sus infinitos seres en caída, decoloran las personas, las casas, los árboles, generando, en profundidad, un degradé de intensidad cromática, que culmina, en el límite de la visión, fusionándose con el resplandeciente gris de las nubes. Tras de él, en alguna parte, …, el sol, el mismo sol de siempre.

jueves, 29 de marzo de 2007

Caminos

Estamos libres. Estábamos atados. Ahora, estamos libres. La misma fibrosa cuerda nos inmovilizaba. Sus retorcidos filamentos se enroscaban para darle firmeza, y el lastimar de su áspera superficie nos acostumbró a no luchar contra ella. Con el tiempo nos acostumbramos a su existencia, y hasta que pareció fundirse en nosotros. Allí estuvo, camuflada, callada, inmovilizándonos, deteniéndonos, frenando nuestras intenciones, silenciosamente limitando nuestras vidas, reduciéndolas a un mínimo, a un respirar y poco más.

Hoy encontré el extremo deshilachado de una cuerda. Sus sueltos filamentos se apretaban en un nudo. El nudo residía incrustado, casi dentro de mi pierna a la altura del tobillo. No recordaba haberme hecho ningún torniquete, ni tenía ninguna razón para hacerlo. Era muy extraño, pero más extraño era que la cuerda seguía, seguía hacia mi otro tobillo, daba vuelta en él, y volvía al tobillo derecho, y no solo eso, repetía esto un centímetro más arriba, y en el siguiente, y en el otro, y seguían apareciendo apretados lazos una y otra vez, hasta que alcanzaron mis manos, y ellas, junto con mis brazos, quedaron pegadas a mi torso, y los lazos siguieron hasta mi cabeza, hasta verme como una intermitente momia, bajo la fibrosa cuerda. Aunque en pánico, mis movimientos eran mínimos, la cuerda no cedía y sus fibras laceraban mi piel, mientras forcejeaba estérilmente con la repentina cuerda, unos quejidos se mezclaron con los míos. Allí vi, que la cuerda, luego de dar vueltas en mí, se entreveraba en los lazos, y salía tensa, perpendicular a mi persona, y luego estabas tu, repitiendo mis ataduras, el intercalado en los lazos, los lazos de los hombros a los tobillos, el nudo en el derecho y la punta desflecada.

El cuadro era absurdo. Absurdo, aunque se sentía familiar. Era terrible, aunque se sentía confortable. Era opresivo, aunque se sentía cómodo. De todas formas, la visión de la cuerda sofocándonos era repulsiva, y más repulsiva aún, era la sensación de confort bajo ese estado. Junto con ese pensamiento, un enorme cerebro, irradiando una extrañamente cálida luz azulada, residía sobre nuestras cabezas. Mi admiración por ese ser crecía, y crecía también mi desprecio por la cuerda. Sentía ambos sentimientos arrobándome y torturándome respectivamente, ambos llenándome, transformando todo mi ser en uno o el otro, pero no ambos simultáneamente. En ese momento vi la cuerda extendida frente a mí, y a mí y a ti en cada extremo de la misma. Y también vi la cuerda saliendo de mí, a ti en el otro extremo y a mí con una tijera de podar en el medio. Me vi a mí cortar la cuerda en su punto medio, y cortar todos mis lados, dejando un tendal de trocitos de cuerdas. Miré mi cuerpo, profundas lesiones lo franjeaban. Levanté mi cabeza, y mis manos irradiaban azul. Borré mis heridas con su luz y me acordé de ti. Tomé la tijera con mis incandescentes manos, y te liberé. Pasé mis manos sobre tus heridas, y te sané.

Cual moribundas culebras de paja, los dispersos restos de la derrotada cuerda, cubrían cierta porción de suelo a nuestro alrededor. Decidí apilarlos para quemarlos, pero cuando terminaba de hacerlo, el gran cerebro cautivó mi ser, y me elevé. Flotando, ascendí, plácidamente, hasta trascender las nubes, y ahí quedé flotando. Consideré necesario elevar el cadáver fragmentado de la cuerda y ascendió. Se transformó en una pirámide, luego muto en elefante, después en víbora, y finalmente en una singular nube esférica de matices de gris oscuro, casi negra. Luego intenté traerte, algo me lo impedía, tu imagen no ascendía, y lo que es peor tu imagen no aparecía en mi memoria. Pasó algún tiempo y no aparecías, no aparecías. Se apareció una imagen angelical, y desapareció inmediatamente, y tú no aparecías. Busque serenidad. Ascendiste desde donde te encontrabas, levitando en posición de loto. No me miraste, meditabas, profundamente.

Ascendimos aún más, tu, yo, y la esfera oscura, y todos nos fuimos encendiendo en luz, ambos quedamos luminiscentes y la esfera se aclaró. En ese instante, el azul cerebro dirigió un rayo hacia la nebulosa esfera. Esta explotó, y dejó una débil llama suspendida en el aire, que fue consumiéndose lentamente hasta desaparecer sin dejar nada. Nos miramos flotando libremente en la máxima altura. Finalmente nada limitaba nuestros movimientos, nada obstaculizaba nuestros caminos, no quedaba nada, ni las heridas del bloqueo, ni los restos de su derrota, nada, solo nosotros, el resplandeciente cerebro, y dos puertas.

Nos seguíamos mirando serenamente cuando te agradecí lo que me habías dado, y cuando tú me devolviste el agradecimiento, y continuábamos mirándonos cuando me deseaste suerte en mi camino y también cuando yo te desee lo mismo.

Crucé la puerta, etéreos pasadizos le seguían. No había decoración alguna en ellos, sus aristas los delimitaban, y ellas eran su única parte visible, no eran de piedra, ni de cerco, no eran sólidos, ni gaseosos, simplemente no se podían ver, ni atravesarlos con la mirada. La mínima representación de un camino, solo su estructura, sin partes bellas ni desagradables, sin sectores duros ni placenteros, tampoco bifurcaciones, solo camino. Tampoco techo, y sobre mi cabeza, constantemente, el agradable cerebro azul. Lo mire, lo admiré, y me vi, me vi transitando mi camino, y me vi mirando hacia arriba, mirando justo al lugar desde donde me miraba, y ambos sintiéndonos ahora acompañados continuamos mi camino.

En algún momento de mi caminar, hubo una primera vez que te recordé, y miré hacia arriba, y me miré caminando, y te miré caminando, y ahí supe que alguna vez tu también habrías elevado tu mirado, y, con los ojos vidriosos, mire hacia el cielo, y saludé.

Mystery Train

Respiro vacío. Siento lejanía en las personas que me rodean. Algunas parejas, algunos grupos de amigos, varias palomas. Diferentes mundos que no se tocan. No hay unidad. Todos ellos parecen formar varias películas simultáneas en las cuales los personajes de uno son los extras del resto, o quizás, con una buena edición, seríamos una película análoga a Mystery Train de Jim Jarmusch, en la cual varias historias compartían el tiempo y el espacio pero no sus personajes. Pero como nosotros somos uno de esos mundos, la idea anterior no pasa de eso, una fría intelectualización que nos otorga una ingenua y fugaz satisfacción pero luego volvemos al dolor de la distancia, a la amargura de la incomunicación.

Un movimiento incrementado en las figuras difusas que se cuelan sobre el papel convoca nuestra atención. Un grupo de turistas, cual cometa, pasan por nuestro conjunto de mundos, sacan fotos, hacen comentarios en lenguas ignotas, pasan por mi mundo, y por otros, pero su vista se fija en las lejanas estrellas. Eligen cuales de estas fotografiar y con cuales completar la foto de su mundo con nuestras estrellas. Su mundo si. Luego de observarlos se advierte que el cometa se ha disgregado en numerosos mundos, iguales a los nuestros, repitiendo nuestra distancia, nuestra soledad, nuestra incomunicación.

Siguen recorriendo nuestra plaza, siguen eligiendo fondos de estrellas, y de repente lo inesperado, dos mundos se comunican, surgen esperanzas, quizás las cosas cambien, quizás solo sea cuestión de tiempo, pero no, no hay milagro, la imposibilidad de ser fotógrafo y fotografiado provocó el contacto, el cual duró el tiempo de la exposición de la fotografía más los correctos y protocolares pedido y agradecimiento.

Esta vergonzosa chispa de comunicación se repitió algunas veces, y luego de un tiempo, estos mundos, congregándose nuevamente en cometa, desaparecieron. Ninguna de sus fotos nos incluyó. Admiraron nuestro paisaje, el arco de agua, detrás de ella la fantasmagórica silueta de nuestra ciudad bajo el velo de una leve bruma y el sol rasante, y en el medio, como un hueco en el agua, una simpática e inútil isla apenas pobladas por algunas palmeras. Observaron el extraño monumento y los diversos árboles del jardín circundante. Nosotros, esta nada singular colección de mundos, no fuimos de su interés. Es lógico. Habemos colecciones similares en donde ellos viven, y además, de cierta manera, todos somos mundos iguales, o creemos serlo, y con eso basta.

Algunos mundos ya no están, otros quedan y llegaron nuevos. En ciertas ocasiones el viento nos trae algo de sus conversaciones, en otras es una exclamación, o una carcajada, la que dirige nuestra mirada hacia ellos, incluso algún gesto aparatoso concretiza nuestras abstractas miradas reflexivas. Luego, un preciso radar detecta la atención y se genera tensión entre estos mundos, la misma se mantiene unos segundos y, previniendo posibles conflictos, evaluamos la posición del sol, vemos distintas formas en las sombras de los adornos de la plaza, seguimos el vuelo de un pájaro, disfrutamos su canto, admiramos la resplandeciente franja y el degradé del aro, provocado por el sol en el mar y cielo respectivamente. Así nos vamos embriagando en la contemplación del entorno, en sus infinitos detalles, en su constante dinámica, y en ese entorno se diluye el mundo que pidió nuestra mirada y luego la cuestionó, se diluyen también los cercanos mundos al valuarlos igual que las lejanas pinceladas del escenario, y se diluye también la sensación de soledad. En ese momento todo está en su lugar, el universo es una perfecta realización artística, cuyos integrantes existen o no lo hacen, aparecen y desaparecen, recorren la obra, y adquieren la forma y el color que agrada más a nuestros sentidos.

Secuencias de sensaciones acaparan fugazmente nuestra atención. El sol coloreando las nubes, violentos rojos alternándose con intensos amarillos sobre un fondo que imperceptiblemente muta de un reluciente naranja, pasando por infinidad de rosas, lilas, violetas, a un apagado azul en el opuesto de la bóveda celeste. Las piedras del piso muestran orgullosas su extensa sombra y le dan al tosco pedregullo un instante de belleza. Una banda de elegantes pájaros surca la obra en forma precisa, otorgando a la misma el movimiento necesario, y al cielo el contraste preciso, como siluetas negras en el encendido poniente y como brillantes tonos en el opuesto casi nocturno. El sol tibio en la piel. Las palomas, en conjunto o en solitario, realizando graciosos vuelos a nuestro alrededor. Nuevamente el sol, ahora apenas perceptible tras un muro de nubes en el horizonte, ingeniosamente, por encima de ellas, ruboriza a otras, que aisladas, surcan mansamente el cenit, y con esa visión comenzamos a sentir que cesaron las tibias caricias en nuestra piel, y que las ventiscas, antes placenteras, abren una grieta en el hechizo. Los colores oscurecen, el contraste decae, el brillo se pierde, los mundos se alejan, el movimiento se aplaca, el sonido se silencia, la temperatura baja, el placer desaparece.

Cuando nos disponemos a partir, una paloma cruza curiosa frente a nuestros pies, se detiene, vuelve, no precisamente por sus pasos, nos observa con un ojo, continua unos pasos, nos mira con el otro, y luego de unos segundos contemplándonos mutuamente, se retira, quizás lamentándose como yo, que no haya entre nosotros un lenguaje común.

Sobre vivir

Toda actividad parece innecesaria, ridícula, no vale la energía que se utiliza en realizarse, ¿porque siento que eso es verdad? El mundo funciona bajo la convicción de su falsedad, veo a los humanos haciendo una actividad atrás de la otra, actividades insignificantes, que las realizan como si el universo dependiera de eso, ¿Por qué no siento eso? ¿Por qué veo a las tareas como pertenecientes únicamente a dos conjuntos, el de las insignificantes, y el de las imposibles de realizar? Aborrezco la mayoría de las normas establecidas por esta sociedad, pero las aborrezco igual al sacrificio que me traería intentar cambiarlas. No acepto, ni lucho, sufro. ¿Por qué? Entiendo que si estoy disponible a cualquier situación, si acepto las cosas como son, si aprecio la realidad tal cual es, … , pero no lo siento así, de mi interior surge un profundo rechazo al estado actual del mundo, y especialmente al de mi vida, y también un fuerte temor a estar peor, y es ese temor el que me hace luchar, en la más insignificante de sus formas, el mínimo esfuerzo para no caer, también entiendo que si acepto esta lucha, si veo los obstáculos como oportunidades para crecer, … , pero no lo siento así, arrastro mi ser de tarea en tarea, repudiando cada sección de la misma, y no solo la acción en si, sino también la perspectiva de estar obligado a hacerla en el pasado de la misma, y el tiempo perdido en realizarla en su futuro.

Levanto la cabeza. Mientras suena una banda con la cual busque sacarme del estado inerte en el que me encontraba, el sol rasante del ocaso enciende una pequeña rosa, sus suaves pétalos despiden unos brillos amarillentos y su color rojo se llena de vida en contraste con las otras que, bajo la sombra de mi casa, exhiben un oscuro color rojo que muestra poco más que su silueta. Mi vista recorre la rosa iluminada, el tornasol producido transforma la sensación dura de la lapicera en la fina textura previamente experimentada al tocar sus pétalos, sigue por un gracioso conjunto de flores en forma de racimo, por un curioso ibizco marchito, por el fondo de infinitos tonos verdes del variado, desprolijo, selvático pastiche de individuos vegetales que nutren este diminuto patio, de los cuales se destaca un solitario árbol frutal, que de tener conciencia, no soportaría estar en este lugar. Luego de trazar caprichosas líneas con mi mirada, termino mi pausa contemplativa en el gato, que luego de comer algunas de sus galletitas, requerir y recibir algunas caricias formó una rosca y duerme con la cabeza sobre sus patas delanteras.

Ahora todo el patio carece de sol, los verdes individuos permanecen inmutables, la rosa destacada ya no contrasta con las otras, y todos ellos van progresivamente perdiendo brillo, forma, belleza. Este despojo que sufrieron no es protestado, suponemos que no lo sienten, quizás lo sientan y lo acepten, o quizás estén profundamente deprimidos o terriblemente furiosos pero no pueden expresarlo. A mi lado la silla vacía denuncia que el gato decidió abandonarme en algún momento, quizás volvió a tener hambre o sed, o alguna voz interior le sugirió otro lugar para echarse, o quizás hasta su pequeña conciencia le aviso de que era hora de hacer algo, quizás esté atormentándolo por su falta de voluntad, y de esa manera, desganadamente se fue a hacer sus actividades de gato, que no pasan de cazar cucarachas, grillos, y ver si los complicados humanos dejaron una gata sin castrar en el vecindario.

El patio se convirtió en siluetas negras, los verdes compañeros poco se distinguen, sobre mí una irregular figura de azul oscuro se recorta, y en ella solo dos punzantes estrellan organizan a sus tímidas discípulas cuya tenue luz alcanza intermitentemente mis ojos. En ese momento el patio vuelve a encenderse, pero es otra luz, pálida, amarillenta, y cercana, demasiado cercana. Un triste artefacto de luz en la pared me vuelve al mundo de los humanos, de la complejidad, de las intricadas secuencias de causas y efectos para obtener lo simple, cae sobre mí esa pesada carga, y caigo, me molesto, maldigo, y luego de un rato me dispongo a continuar con mi vida, solo por temor a estar peor.

Vivir

  • Aceptar y amar la realidad tal como es
  • Contemplar hasta el más mínimo detalle de la realidad
  • Identificar que es lo que la realidad necesita de mí, exclusivamente de mí
  • Luchar, con todas las fuerzas, con todo el ingenio, con todo el coraje, sin medir ni riesgos, ni costos, ni esfuerzo, ni dolor, y también, sin gastar la más mínima porción de energía en necesidades ajenas

  • Al iniciar la lucha, olvidar su objetivo, sus posibles consecuencias, como también, sus causas, y aceptar y amar la lucha como parte de la realidad
  • Contemplar toda la realidad, no solo la lucha, que es solo una parte de ella
  • Identificar que es lo que la realidad necesita de mí, exclusivamente de mí, impidiendo que la lucha interfiera este mensaje
  • Cambiar inmediatamente de lucha, no importando lo radical del cambio

Donaciones

Imagina un mundo en el cual todos regalemos lo mejor que hacemos, y todos hagamos lo que más nos gusta hacer.

Luego, no solo imagínalo, sino que también, vive en él. Yo ya estoy allí, acompáñame.

Un abrazo,
Diego

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Un abrazo,
Diego