jueves, 29 de marzo de 2007

Sobre vivir

Toda actividad parece innecesaria, ridícula, no vale la energía que se utiliza en realizarse, ¿porque siento que eso es verdad? El mundo funciona bajo la convicción de su falsedad, veo a los humanos haciendo una actividad atrás de la otra, actividades insignificantes, que las realizan como si el universo dependiera de eso, ¿Por qué no siento eso? ¿Por qué veo a las tareas como pertenecientes únicamente a dos conjuntos, el de las insignificantes, y el de las imposibles de realizar? Aborrezco la mayoría de las normas establecidas por esta sociedad, pero las aborrezco igual al sacrificio que me traería intentar cambiarlas. No acepto, ni lucho, sufro. ¿Por qué? Entiendo que si estoy disponible a cualquier situación, si acepto las cosas como son, si aprecio la realidad tal cual es, … , pero no lo siento así, de mi interior surge un profundo rechazo al estado actual del mundo, y especialmente al de mi vida, y también un fuerte temor a estar peor, y es ese temor el que me hace luchar, en la más insignificante de sus formas, el mínimo esfuerzo para no caer, también entiendo que si acepto esta lucha, si veo los obstáculos como oportunidades para crecer, … , pero no lo siento así, arrastro mi ser de tarea en tarea, repudiando cada sección de la misma, y no solo la acción en si, sino también la perspectiva de estar obligado a hacerla en el pasado de la misma, y el tiempo perdido en realizarla en su futuro.

Levanto la cabeza. Mientras suena una banda con la cual busque sacarme del estado inerte en el que me encontraba, el sol rasante del ocaso enciende una pequeña rosa, sus suaves pétalos despiden unos brillos amarillentos y su color rojo se llena de vida en contraste con las otras que, bajo la sombra de mi casa, exhiben un oscuro color rojo que muestra poco más que su silueta. Mi vista recorre la rosa iluminada, el tornasol producido transforma la sensación dura de la lapicera en la fina textura previamente experimentada al tocar sus pétalos, sigue por un gracioso conjunto de flores en forma de racimo, por un curioso ibizco marchito, por el fondo de infinitos tonos verdes del variado, desprolijo, selvático pastiche de individuos vegetales que nutren este diminuto patio, de los cuales se destaca un solitario árbol frutal, que de tener conciencia, no soportaría estar en este lugar. Luego de trazar caprichosas líneas con mi mirada, termino mi pausa contemplativa en el gato, que luego de comer algunas de sus galletitas, requerir y recibir algunas caricias formó una rosca y duerme con la cabeza sobre sus patas delanteras.

Ahora todo el patio carece de sol, los verdes individuos permanecen inmutables, la rosa destacada ya no contrasta con las otras, y todos ellos van progresivamente perdiendo brillo, forma, belleza. Este despojo que sufrieron no es protestado, suponemos que no lo sienten, quizás lo sientan y lo acepten, o quizás estén profundamente deprimidos o terriblemente furiosos pero no pueden expresarlo. A mi lado la silla vacía denuncia que el gato decidió abandonarme en algún momento, quizás volvió a tener hambre o sed, o alguna voz interior le sugirió otro lugar para echarse, o quizás hasta su pequeña conciencia le aviso de que era hora de hacer algo, quizás esté atormentándolo por su falta de voluntad, y de esa manera, desganadamente se fue a hacer sus actividades de gato, que no pasan de cazar cucarachas, grillos, y ver si los complicados humanos dejaron una gata sin castrar en el vecindario.

El patio se convirtió en siluetas negras, los verdes compañeros poco se distinguen, sobre mí una irregular figura de azul oscuro se recorta, y en ella solo dos punzantes estrellan organizan a sus tímidas discípulas cuya tenue luz alcanza intermitentemente mis ojos. En ese momento el patio vuelve a encenderse, pero es otra luz, pálida, amarillenta, y cercana, demasiado cercana. Un triste artefacto de luz en la pared me vuelve al mundo de los humanos, de la complejidad, de las intricadas secuencias de causas y efectos para obtener lo simple, cae sobre mí esa pesada carga, y caigo, me molesto, maldigo, y luego de un rato me dispongo a continuar con mi vida, solo por temor a estar peor.

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Luego, no solo imagínalo, sino que también, vive en él. Yo ya estoy allí, acompáñame.

Un abrazo,
Diego

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Diego