domingo, 1 de abril de 2007

Maya

Nunca cesa, la disfonía persiste, se desenfoca por momentos, y al menor descuido reaparece. En primera instancia sabe a monotonía, a zumbido, luego se descubren sus variaciones, inclusive en su estructura más simple hay aleatoriedad, no hay repetición ni algoritmos, no hay ritmo ni mucho menos melodía, solo caos. Cada una de las incontables gotas, que al estrellarse dentro de mi entorno auditivo, se transformaron en un solo sonido, mínimo, irrepetible, caprichosamente independiente del resto, sembrando una inmensa orquesta de anarquistas, que febrilmente se entregan a perturbar la mente, disparando efímeros razonamientos en cada melodía inconclusa, confundir el alma, fusionando sentimientos contradictorios en tonadas paralelas, desgastar el cuerpo con su constante martilleo.

Nunca cesa, ni varía en intensidad, aún permitiéndose ciertos valles, en los cuales intuimos su cansancio, albergamos esperanzas, las perdemos al percibir su resurgimiento, y encontrar en él, nuevos músicos, otro tipo de ellos, los reciclados, los formados de restos de los primeros, que vivieron solo para producir ese único, singular, ínfimo sonido en el final de su vuelo kami-kaze. Estos nuevos músicos, renacieron de sus propios restos, transitaron universos de flores, hojas, techos, se fusionaron con otros, crecieron, recorrieron otros universos, y así lograron, algunos, el milagro de producir algún sonido más. Los más, tuvieron una única oportunidad, y emitieron el mejor sonido que podían brindar, el suyo, y todos, fueron absorbidos por la tierra, integrados al universo y esperaron su próxima caída.

Nunca cesa, a través del salpicado cristal, y de la intrincada reja de la ventana, se ven los barrotes de la lluvia, y tras de ellos el férreo cerco de la casa. Éste segmentando la misma lluvia cayendo tras de él, y ésta con sus infinitos seres en caída, decoloran las personas, las casas, los árboles, generando, en profundidad, un degradé de intensidad cromática, que culmina, en el límite de la visión, fusionándose con el resplandeciente gris de las nubes. Tras de él, en alguna parte, …, el sol, el mismo sol de siempre.

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Un abrazo,
Diego

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Diego