martes, 1 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 1 de ?: El despertar)

La plaza desértica me rodea, sus simples juegos descansan desde lejanos tiempos, fríos fósiles de acero injertados sobre el cemento, quietos, mudos, muertos. Las hamacas colgando lánguidas conservan un mínimo movimiento, un débil vaivén, quizás un masaje de un viento compasivo, quizás una agonizante lucha nostálgica por perder su imagen actual de cadáveres en ejecución pública. El resto está indiscutiblemente muerto. El tobogán, aunque erguido, muestra sus corroídas barandas, sus astilladas y erosionadas maderas que nada recuerdan la pulida superficie facilitadora del desliz, de la velocidad, de la caída. Esa caída en el arenal, donde los pequeños pies rápidamente se afirmaban, para iniciar la corta carrera hacia la escalera, y sin perder tiempo, y en lo posible ganándole el lugar a algún niño más lento, iniciar una nueva caída, caída que ahora, terminaría en un barrial salpicado de cigarrillos, cajas de vino, y preservativos. Tampoco los “sube y baja” sobrevivieron, no suben más, ni bajan más, hubo un último niño en cada uno de ellos, que los dejo en su posición actual, y así quedaron, esperando, el sol entibiando su superficie, su delgada sombra corriendo de un lado al otro, el calor acumulado perdiéndose en la oscuridad, las gotas de rocío formándose sobre ellos, un nuevo sol evaporándolas, y así, el tiempo palideció sus fuertes colores, arqueó levemente sus viejas maderas, y así quedaron, como una partida de mikado, que el aburrimiento dejó sin final.

La vida en la plaza esta representada por los añosos y escasos árboles, siete u ocho de ellos, quizás diez, aislados ejemplares de distintas especies, fino cilindro en el álamo, voluminoso cono en el pino, delgada sección de esfera en la acacia, extravagante disfonía geométrica de individuos, meditando silenciosamente, ajenos al tiempo. Bajo ellos, a los costados del camino que surcan la plaza, la vida también verdea el césped, y explota en variados arbustos.

Recorro estos caminos, el perimetral forma una circunferencia concéntrica a la que limita la plaza, de él nacen otros que viajan serpenteantes a su centro, al sector de los juegos, o al busto de un personaje menor, que siempre que me percato de él, me está dando la espalda, y veo únicamente la curiosa forma con la que le representaron, lo que supongo sería su pelo enrulado. Recorro estos caminos, metro de estéril pedregullo delimitado por una fila de ladrillos. Voy por ellos, contemplo cada árbol, cada arbusto, cada porción de césped, quisiera pero no logro detenerme, logro disminuir mi velocidad momentáneamente, pero el camino me sigue arrastrando, ya llegué y me fui de cada sección de él, ya ví, volví a ver, y se me repitió mil veces, cada una de las imágenes que se alcanzan desde él, y sigo, ya no me esfuerzo, ya no varío mi velocidad, el tedio inunda el camino, aparece otra fila de ladrillos sobre la existente, luego otra, y otra, la fila de ladrillos incrementa su altura ladrillo a ladrillo, cubre mi vista, el paisaje se esfuma, mis piernas dejan de moverse pero sigo avanzando, el camino me lleva, mis piernas rígidas se convierten en poste, luego mi torso, luego todo mi ser, y sigo desplazándome en ese estado, viendo los ladrillos de ambos muros separarse en el horizonte, creciendo paulatinamente, desenfocándose y perdiéndose tras de mi, y en esa rutina, sigo.

Mi conciencia se apagaba ladrillo a ladrillo, mi contemplación moría de inanición, cuando, por primera vez, un pájaro, surgió del muro sin existir hueco por el cual pasar, apareció en pleno vuelo como si hubiera volado a través de él, revoloteó en el aire y se posó a cierta distancia en el camino. A medida que maquinalmente me acercaba a él, más me fascinaba su presencia, sus colores, la textura de sus plumas, los reflejos en ellas de un sol que en ese instante recordé que existía pero que seguía olvidando cuando había dejado de ver. Disfrutaba del simpático movimiento de su cabeza en cada paso, del grácil picotear quien sabe que en el piso, gozaba de la recuperada novedad y compañía. Saboreaba cada uno de esos instantes, en los que las nobles imágenes nuevas hacían crujir los oxidados engranajes de mi contemplación, y conservé su gusto luego de que, estando a poca distancia, este inesperado visitante, luego de mirar inquieto en mi dirección, levantó vuelo oblicuo al muro, y se fundió en él sin dejar rastro.

Volví a mi soledad, volví a la secuencia de ladrillos, volví a ser un poste sobre pedregullo deslizante, pero un poste conciente, un poste con recuerdos, con recuerdos recientes, con la contemplación revitalizada, con la vitalidad creciente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso, realmente. Has probado escribir cuentos cortos?
Un abrazo
Carlos

djbm dijo...

Gracias Carlos,

Esporádicamente escribí algún cuento, aunque en esta etapa, éste es el primero.

Como habrás visto en el blog, los anteriores no tenían la característica de cuento, en realidad no se bien en que categoría se colocarían. Eso hizo que dudara al elegir el nombre del blog, terminé inclinándome por poético, porque me parecían más poemas, aunque escritos en prosa.

Con respecto a los cuentos, y más precisamente a este, tengo por editar dos continuaciones al mismo, seguramente mañana publique la segunda parte, y tengo ideas para dos capítulos posteriores a los dos ya mencionados.

Fue extraño, la idea original, la que me hizo pensar en la plaza, no apareció aún en lo que he escrito. La inspiración voló para otro lado, y surgieron muchas cosas al escribir estos capítulos, que me hicieron dejar para después la idea original, en algún momento le llegara su hora.

Un abrazo,
Diego

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