sábado, 12 de mayo de 2007

La plaza (Capítulo 4 de 4: La Fusión)

En algún momento, en los inicios de mi vida, di mi primer paso, pero este, fue distinto. Seguramente aquella vez, me habré incorporado tambaleante, y habré caminado tres o cuatro pasos en tonta carrera, para zambullirme en los brazos de mi madre, o quizás, luego de una caminata asistida, mi padre soltó mi mano, se alejó unos pasos hacia atrás, y vió mi sonrisa sonora, y como con mis brazos, algo extendidos, las manos a la altura de la frente y delante de ella, acompañaba el torpe movimiento de mis inexperientes piernas. Este paso fue distinto.

Luego de aquel primero hubo incontables más, más corridas para alcanzar a mis padres, más caminos sugeridos por ellos, otros indicados por abuelos, y luego, la inserción en la sociedad, el pronto adoctrinamiento por parte de esta, su complejos códigos de conducta, su estructuración en caminos, y con ella, vinieron los falsos líderes, los impuestos y los auto-impuestos, se sucedieron profesores, compañeros, figuras políticas, y seguí dando pasos para alcanzarlos. En cada elección, el camino se bifurcó, seguimos a alguien, y abandonamos al resto, en cada bifurcación el camino se hizo más angosto, y se siguió angostando hasta convertirse en riel, el cual uno transitó como un vagón tras una inagotable locomotora. Pero, este paso, fue distinto.

Aquel pájaro cruzando el camino fisuró el disfraz impuesto por la sociedad, la dedicada contemplación de los defectos del mismo me llevó a tomar conciencia del engaño que había sufrido. Siendo conciente detuve mi participación en el mismo, al detenerme comencé a sanarme, y cuando sané, por primera vez sentí, y solo sintiendo se puede andar.

Y así fue, que buscando sentir más, experimentar más, di ese último paso, el primero. El primer paso alineado con lo que sentía. Inmediatamente di otros por la delicada piel, me detuve, probé asombrado dar un pequeño paso hacia atrás, giré repentinamente sobre mi eje, miré por primera vez la otra dirección del camino, caminé por ella, soltando una carcajada corrí locamente por ella, me detuve bruscamente, miré hacia la pared a mi derecha, di el paso que me separaba de ella, y toqué tímidamente su tibia textura.

Deslicé mi mano por ella apenas haciendo contacto con las yemas de mis dedos, dibujé irrepetibles formas, fui incrementando la presión en mi contacto, desde sentir únicamente el sutil cosquilleo de su apenas perceptible vellosidad, hasta dejar estelas de claridad revelando la posición de mis dedos en los instantes anteriores. Continué ese plácido acariciar, la piel comenzó a poblarse de diminutos reflejos brillantes, sumé toda la palma de mis manos al delicioso contacto, y los poros se cubrían de infinitas y diminutas gotas, integré los brazos en la caricia, y luego, hacia esa húmeda piel, me dejé caer.

Sumergido en profundo éxtasis, se sucedieron infinitos movimientos, con los que fui experimentando el exquisito sabor de su contacto en cada sector de mi piel, y habiendo satisfecho esto, me impulsé hacia la piel que aún no había probado, y continué deslizándome, rodando por ella, seguí acariciándola, sintiéndola, para luego dejarme caer por completo, y ya empapado, revolcarme, gatear, relajarme en cualquier posición, descansar, volverme a incorporar, ver la piel vertical algo más baja, disfrutar del contacto, moverme libremente, ver las copas de los árboles, sentir la maleabilidad de la piel, modificarla, penetrarla, introducirse, salir, introducirse en otro lugar, modificarse, embarrarse, fusionarse, ver la fisura disparando, ver el agua arrastrando la tierra de las paredes, verla manar por sus grietas, ver la fosa más llana y cubriéndose de fango, y seguir revolcándome, y sentir el mismo placer que antes, ver el césped en los bordes de la zanja, y las raíces de los arbustos surgiendo de sus bajas paredes, ver el agua fluir caudalosamente, sentirla cayendo fresca sobre uno, y gozar de la misma manera por esto, ver la fosa convertirse en río, y verse flotando en él.

De esta manera, deslizándome plácidamente por el río, contemplé la renovada plaza, no había juegos en ella, no había busto, solo árboles, césped, y arbustos, y agua donde antes hubo camino. En ese flotar, ví que me acercaba, lentamente, a un hermoso árbol, uno de esos que siempre quise alcanzar, y cuando estuve frente a él, arqueé los dedos de ambas manos en tensas garras y las clavé violentamente en la costa, disfruté por unos momentos el suave masaje de la corriente deslizándose por mi cuerpo al no poder arrastrarme, y finalmente, con un movimiento preciso, decidido, seguro, abandoné los restos del inerte camino, y por primera vez, ingresé, al universo de la vida, por primera vez, viví.

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